Los mapas nos mienten

Desde la primera representación geoespacial del territorio, datada en el siglo VI a.C., hasta los más disimulados 'engaños' políticos de Google Maps estamos rodeados de imágenes de la Tierra y de nuestro territorio que no se corresponden del todo con la realidad

Domingo, 7 de julio 2024

Ptolomeo escribió su obra 'Geograhia' hacia el siglo II de nuestra era, con una técnica tan avanzada que sirvió de modelo a la cartografía moderna. ... Desde entonces, la mayoría de los que nos enfrentamos a un mapa pensamos se trata de una ciencia exacta y lo que vemos representados en ellos es tal cual lo que hay. Pero nada más lejos de la realidad.

La simple representación de un cuerpo esférico en una superficie plana ya supone una invención. La Tierra es redonda y plasmarla en un mapa supone el primer embrollo. Siendo estrictamente correctos, tampoco es redonda, no es una esfera perfecta. Los efectos de la gravitación y de la fuerza centrífuga producida al rotar sobre su eje generan el aplanamiento en los polos y un ensanchamiento en el ecuador. Además, su superficie no es plana, no se trata de una bola redonda donde todos los puntos tienen el mismo campo gravitatorio, la misma gravedad, algo que ya predijo Isaac Newton a finales del siglo XVII. Es decir, que ni siquiera es una esfera.

Hay unanimidad en el mundo científico en que la forma más precisa de representarla, más que una esfera o una elipse, es el geoide. El geoide es una superficie física que representa igual campo gravitatorio en toda la superficie y coincide, más o menos, con el nivel medio del mar. Se extiende teóricamente por debajo de los continentes y refleja las irregularidades del campo de gravedad. Así pues el medio más preciso de mostrar cómo es la Tierra es esta forma teórica muy irregular que sólo se ha podido definir con alta precisión desde los avances en la geodesia satelital a finales del siglo XX.

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Volvamos a la cartografía. Al transferir la imagen tridimensional de la Tierra y sus irregularidades a una superficie plana, bidimensional, es necesario considerar las distorsiones que van a surgir. Por eso es imprescindible comprender el geoide. Pero también necesitamos conocer el sistema de referencia de coordenadas que se va a utilizar. Este sistema de referencia de coordenadas es un marco que define cómo se expresan los puntos en el espacio y depende del sistema de coordenadas y del sistema de referencia geodésico. Palabras aparentemente complejas pero que esconden una realidad sencilla.

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Los sistemas de coordenadas permiten conocer la posición de puntos en el espacio y realizar cálculos imprescindibles para el transporte, las infraestructuras, la física... Hay dos grupos de sistemas de coordenadas, las que sirven para objetos tridimensionales y las planas o cartesianas que sirven para objetos bidimensionales; es decir, mapas o planos.

Las primeras utilizan longitud y latitud que son ángulos que se miden desde el centro de la Tierra a un punto de la superficie. Por eso la unidad de medida son grados decimales; mientras que las segundas utilizan los metros y se basan en los ejes x e y.

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Para representar la Tierra en dos dimensiones, que es el tema que nos ocupa, hay que proyectarla con un sistema de referencia geodésico. Esto significa utilizar un conjunto de reglas y herramientas que dependiendo de la proyección elegida presentan mejor unas zonas u otras. Aquí es donde empiezan 'las mentiras'.

Básicamente hay tres tipos de proyecciones: cilíndricas, cónicas y planares o azimutales.

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La proyección cilíndrica es la mejor para la zona ubicada entre el Ecuador y los trópicos; las cónicas son las idóneas para las zonas templadas, que van de los trópicos a los polos y estos últimos son más exactos si se representan con la proyección azimutal. Según la fórmula escogida algunos países se verán de una forma o de otra, muy distinta.

También hay que tener en cuenta la orientación de la proyección elegida que puede ser normal, transversal u oblicua y que hay sistemas de referencia globales y locales. Estos últimos intentan que un país o zona se muestre con la mayor exactitud posible pero sólo funcionan para pequeñas extensiones.

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La proyección más utilizada a nivel global en la cartografía moderna es la de Mercator que es cilíndrica, transversal y tiene más de 450 años de vida. Pese a su longeva existencia, su implantación es tal que es la utilizada en las aplicaciones web de cartografía actuales como Google Maps, OpenStreetMap o BingMaps.

En ella, se divide la Tierra en meridianos y paralelos, con sesenta husos o zonas y es especialmente útil para la navegación porque preserva los ángulos y las direcciones de las rutas. No importa la zona del planeta que se represente, el norte y el sur aparecen siempre verticalmente; y el este y el oeste, horizontalmente, tal y como estamos acostumbrados a percibir.

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La proyección más utilizada es por tanto la Mercator que es la que, como hemos dicho, menos deforma la zona central del planeta pero claro, esto genera muchas imprecisiones. La más flagrante, la de los polos. Las regiones de alta latitud parecen mucho más grandes de lo que en realidad son. Así, la Antártida es reflejada como un continente que va de Alaska a Siberia. Ciertamente es un gran espacio terrestre pero también es el tercer continente más pequeño del planeta. Lo mismo sucede con Groenlandia, que aparece aproximadamente del tamaño de África cuando el continente africano es catorce veces la superficie de la isla ártica.

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Un observador neófito podría concluir que los países europeos, por ejemplo, están representados con exactitud pero recordemos que sólo el área que está más próxima al Ecuador no sufre distorsiones significativas con la proyección Mercator; los más alejados son otra historia.

Por ejemplo, esta sería la representación (forma y tamaño) de España en este sistema si lo desplazamos por distintas zonas del mapa.

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Curioso, ¿verdad? Las distorsiones son mucho más pronunciadas en otros países. Por ejemplo, Rusia parece más grande que todo el continente y africano mientras que América del Norte, con la proyección Mercator, es mucho más alta de norte a sur y con sus regiones árticas muy estiradas. También es chocante el caso de Madagascar y Gran Bretaña que parecen del mismo tamaño pero la isla africana es realmente más del doble de grande que el territorio británico. De hecho, toda África aparece empequeñecida si la comparamos por ejemplo con América del Sur. Su superficie asemeja ser similar pero el continente vecino es un 150% más grande. Además, Canadá y Estados Unidos empequeñecen considerablemente si tenemos en cuenta su dimensión real.

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Está claro que la cartografía es inexacta. Se elija el sistema de proyección que se elija, no existe manera de trasladar un mapa esférico a un plano sin que se generen distorsiones. Incluso cuando se realizan mapas a partir de ortofotos (fotografías aéreas) hay que hacer correcciones en las imágenes por la distorsión de la lente de la cámara, la altura, etc. Gran cantidad imprecisiones se concentran pues en las representaciones planimétricas de la Tierra; sin embargo, tendemos a asumir que son fiel reflejo del conocimiento y que con el avance de la cartografía moderna no existen fallos o estos son mínimos. Es cierto, que ha habido muchísimos avances incluso desde la aparición del primer atlas moderno, el famosísimo Theatrum Orbis Terrarum, de Abraham Ortelius.

Mapa de la Comunitat Valenciana, obra de Abraham Ortelius, que se incluyó en el famoso atlas «Theatrum Orbis Terrarum», publicado por primera vez en 1570. Damián Torres

La intencionalidad política

Pero hay más. Mucho más. Los mapas se han utilizado desde el origen de los tiempos para impulsar o representar influencias e intereses. Los poderes políticos reflejan en ellos intenciones que parecen verdades incontrovertibles. Un cartógrafo puede cambiar elementos como los límites territoriales tan fácilmente como puede cambiar las proyecciones en un mapa.

Así, durante la Guerra Fría se utilizaron un sinfín de mapas como arma de propaganda política. El conocido como 'Dos Mundos', publicado en la revista Time, utilizaba una azimutal desde el polo norte para enfatizar la peligrosa cercanía de la Unión Soviética con los Estados Unidos. En el mapa las extensiones de la URSS quedan maximizadas con una perspectiva cartográfica alarmista que ayudó a 'convencer' a los estadounidenses para que apoyaran los costosos programas anticomunistas del momento (Plan Marshall y doctrina Truman) frente al 'gran enemigo rojo'.

El mapa de 1950 de la revista Time es conocido por cómo la cartografía se utiliza no solo para informar sino también para influir en la percepción pública. C.C.

Los ejemplos del uso político de la cartografía continúan en la actualidad. Como el que se puedo ver hace unos meses cuando China presentó su nuevo mapa, con una proyección vertical, que incluía su controvertida 'línea de 10 puntos'. Esencialmente incluía la totalidad del mar de China y de Taiwán como propios.

Si hablamos de fronteras nacionales, asumir una línea u otra, en las zonas conflictivas o en las que hay intereses en liza puede ser un tema políticamente espinoso pero además es una situación que algunas empresas deciden esquivan hábilmente.

Así, la todopoderosa Google, con su servicio en línea de GoogleMaps, generaba hasta hace bien poco distintos atlas geográficos según el lugar desde donde se accedía. Las fronteras nacionales se trasladaban de un sitio a otro para demostrar que la empresa apoyaba la postura del gobierno local, sea cual fuera. Eran versiones que se movían unos kilómetros para evitar el posicionamiento político de la firma. Ante las críticas que provocó esta actuación la magnate estadounidense empezó a cambiar gradualmente sus mapas tras la pandemia.

  

Obviamente, la conducta de Google era una maniobra comercial para no perder el mercado local de los servicios que ofrece a los obiernos que se diputan tierras pero esto planteó y sigue planteando dos cuestiones muy espinosas. Por un lado, el poco decoro a la hora de tener dos posturas contrapuestas por intereses comerciales y otro más esquivo, la influencia que se ejerce en el imaginario colectivo al mostrar una realidad que no es tal sin que el usuario sea consciente de ello. La mayoría de personas somos consumidores involuntarios de mapas y asumimos que los cartógrafos que los han diseñado son competentes y veraces.

Los mapas nunca han sido, ni siguen siendo hoy en día, sólo proyecciones del conocimiento espacial, sino que también son imágenes del mundo y sobre todo son un conjunto de intenciones que evidenciamos con la cartografía con el disfraz de verdad absoluta. En la actualidad, los mapas forman parte de nuestra vida, los llevamos en nuestros bolsillos y podemos consultar cualquier lugar del mundo con un solo clic. Por eso hay que ser especialmente cauto y escéptico con ellos. Aunque parezcan científicos, exactos y veraces no pueden mostrar la realidad tal cual es y además pueden esconder algunas mentiras insidiosas.

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