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La doctora Marta Blasco, en la entrada del Servicio de Urgencias de La Fe. Txema Rodríguez
«Me voy a contagiar, seguro»

«Me voy a contagiar, seguro»

Marta Blasco es médica de Urgencias y cree que salvar vidas tiene más importancia que la protección personal

Txema Rodríguez

Valencia

Viernes, 24 de abril 2020, 20:28

La doctora Marta Blasco siempre sonríe. Lleva en su rostro las señales de aquellos que aman su trabajo con pasión. No son unas marcas visibles pero hay algo en su forma de hablar que evidencia que lo da todo por los demás en un lugar, las urgencias, que es duro como pocos. Con la pandemia ha tenido que poner una distancia física con los enfermos y no lo lleva muy bien, defiende que «un abrazo es más barato que una receta». Apenas acaba de comenzar la mañana y el acceso está poblado de ambulancias vacías. Los celadores charlan tras el mostrador. Todos desconfían de estos momentos de calma. Marta hace memoria sobre momentos similares, lo más parecido a lo que se ha enfrentado en sus veinticinco años de trabajo fue el inicio del VIH, que también fue un reto nuevo «te empezaban a llegar pacientes muy malitos, pero pronto supimos cómo se contagiaba y con las medidas oportunas lo podías evitar», dice. En cambio, el Covid 19 ha creado un escenario nuevo, invisible, una realidad en la que vive, según sus palabras, «con la idea de que me voy a contagiar, seguro. En Urgencias siempre va a haber un momento en el que te saltas las medidas de seguridad, si la vida de un paciente está en juego antes me voy a lanzar sobre él a reanimarlo que a protegerme».

Marta sería el patrón de la heroína a la que cada tarde aplauden miles de ciudadanos desde sus balcones y, en cambio, no puede estar más lejos de esa imagen. No hay afectación, ni eso que ahora llaman postureo, sino una vocación que fluye con naturalidad por encima de los miedos. Tiene 48 años y cuatro hijos con los que pasará la enfermedad si es preciso, tienen 17, 14, 11 y 7 años. Su exmarido es anestesista y trabaja en cuidados intensivos. Habla sobre el personal sanitario de su generación: «Veo que muchos pacientes son de mi edad, pacientes que van mal, tenemos compañeros de nuestra edad que están en la UCI, en estado grave y no sabemos cómo van a salir. Se murieron dos compañeros del Samur, así que tienes que aprender a vivir con esa posibilidad, con la incertidumbre de que no sabemos cómo van a ser nuestras vidas después de esto (...), a nivel emocional no puedes estar todo el tiempo pensando en estas cosas». Los niños le dicen que tenga cuidado y habla con ellos con naturalidad sobre su trabajo, cuenta que son muy preguntones, «me piden información sobre cómo van los pacientes, que les enseñe fotos vestida con el EPI, cosas así, como todos los críos; el otro día me vieron en el programa que hicieron en Antena 3».

La doctora Blasco lleva en la Fe desde Octubre. Vino desde Gandia. En principio iba a ser médico de familia pero enseguida quedó atrapada por la intensidad de la primera línea, por ese cuerpo a cuerpo que ahora echa tanto de menos: «Me molesta mucho no poder acercarme a los pacientes, me siento inútil, pienso que lo mismo podría ser médico que panadera si no puedo tomarles de la mano, así que como no puedo evitar esa proximidad trato de pensar que si me contagio no me va a pasar nada». Ella, al igual que muchos de sus compañeros, intuye que una vez se levante el confinamiento o se relajen las medidas de seguridad volveremos a pasar por momentos de emergencia, cree que las personas volverán a juntarse porque no tienen una percepción real del peligro, a excepción que aquellos que han sufrido de cerca las consecuencias del virus. Y se sorprende por una circunstancia, ya nadie acude como antes a los servicios de urgencia, «vamos, es que no viene ni lo urgente -no puede evitar un sonrisa- se ve que no hay ni infartos, ni ictus...porque que bajen los accidentes de tráfico o laborales es normal en estas circunstancias, pero es que no vienen ni con cólicos de riñón».

La doctora asegura que el coronavirus resulta cruel porque condena a la soledad a los enfermos y también a sus familiares

Las lágrimas. Hablamos de eso, por ejemplo. Y su respuesta no deja lugar a muchas dudas: «Lloro mucho, lloro incluso delante del paciente y hay muchos de ellos que no se me van a olvidar mientras viva». Lamenta que la forma del contagio del coronavirus sea tan cruel con los enfermos y sus familiares, a los que condena a la soledad y, en especial, si son de edades avanzadas, «los mayores se quedan preocupados incluso por la preocupación de los demás, los ancianos nunca se deberían de quedar solos», explica. Y, claro, están las personas a las que ha visto morir y también sus familias. Lo explica de la siguente manera: «No les puedes abrazar, eso no me gusta, necesitas que te toquen y tú también necesitas hacerlo. Lo peor del coronavirus es que no me deja ser médico como a mi me gusta serlo». Salimos a la calle. Sus ojos brillan, transmiten una paz libre de tensiones.

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