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Personas con la mascarilla en el metro. ep

La mascarilla viaja a su fin

«Es muy hipócrita llevarla en el transporte público cuando no es obligatoria en casi ningún sitio». Pasajeros y conductores se inclinan porque se retiren definitivamente

BELÉN HERNÁNDEZ

Jueves, 22 de septiembre 2022, 00:33

«Perdona, ¿llevas una mascarilla de sobra?» Es mediodía y la mayoría de farmacias están cerradas. No hay ninguna de guardia cerca de la boca del metro de Ángel Guimerá. La joven, de unos 18 años, aguarda a que pase alguien que le ... salve. Necesita coger el tren. Lleva rato caminando en el sitio. Por su expresión desesperanzada, tiene prisa. «¿Es que nadie tiene una mascarilla?», dice la chica en alto para sí misma.

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Lo primero que hacen los viajeros cuando suben las escaleras del metro es desprenderse de la mascarilla. Antes incluso de sacar el móvil. El transporte público es uno de los únicos lugares en los que sigue siendo obligatorio ponérselas. Parece que su uso llega inevitablemente a su fin, aunque todavía no tiene marcado su fecha de defunción en el calendario. Carolina Darias, la ministra de Sanidad, todavía no ha especificado cuándo podremos tirarlas a la basura y que se conviertan en un recuerdo lejano. Duro. Con el paso del tiempo, quizá anecdótico para aquellos a los que no les sacudió la pandemia.

«Tengo ganas de que quiten la mascarilla ya definitivamente y se termine por fin la paranoia del Covid»

Roberto, 23 años | Pasajero de metro

«Tengo ganas de que la quiten y que se acabe por fin esta paranoia». Roberto tiene 23 años. Se calza una mascarilla FPP2 antes de bajar al metro. La lleva colgada en la muñeca. Su amigo Pablo, como sigue su camino a pie, ni siquiera la saca. Ambos están hartos de tener que ponérsela y quitársela cada dos por tres. Roberto estuvo la pasada noche de fiesta. Allí nadie la llevaba. Y ahora tiene que cubrir su rostro para subir al tren. «Es muy hipócrita que no la tengas que llevar en casi ningún sitio pero sí en el transporte público». No se refieren sólo a en discotecas o aglomeraciones, «en la oficina mismo tu compañero no la lleva. No tiene ningún sentido que no la quiten del todo». Muchos pasajeros no se detienen para expresar su opinión, pero al escuchar la pregunta, un par de mujeres exclaman: «¡Que la quiten ya, por favor!»

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Aunque la posibilidad no es del agrado de todo el mundo. María Luisa, de 77 años, y Carmen, de 82, esperan en la parada del autobús con su mascarilla puesta. Aún quedan cinco minutos para que llegue, pero las mujeres prefieren «prevenir que curar». «Yo la voy a seguir llevando aunque digan que nos la podemos quitar. Por la calle también la llevo. No me parece bien que la quiten», dice María Luisa. Está resignada. Alude: «Yo no puedo decidir. En pleno auge del virus ya había gente que se la quitaba y me parecía fatal». Carmen asiente mientras la mujer habla. «Yo tampoco me la voy a quitar mientras no me prohíban llevarla».

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«Yo la voy a seguir llevando en el transporte público y también en la calle aunque no sea obligatorio llevarla»

María Luisa, 77 años | Pasajera de autobús

Quienes deciden seguir con las medidas de contención del Covid suelen ser las personas de riesgo, ya sea por la edad o por cuestiones médicas que les haga más vulnerables al coronavirus. También entra en juego el deseo de proteger a otros. «Yo sería partidario de que las quitaran si no tuviera familia», dice un taxista. Está cansado de hacer sus jornadas asfixiado, pero prefiere no arriesgarse a contagiarse. «Ya lo he pillado dos veces trabajando y se lo he pegado a mi mujer y a mis hijos. No quiero que vuelva a pasar», confiesa. A él no le importa cuando los pasajeros suben sin mascarilla, a pesar de que pueda conllevar una pena del multa tanto para el conductor como para el cliente.

«Estoy a favor de que la quiten. Siempre tengo que llevar una bolsa de mascarillas porque la gente se olvida»

Francisco, 53 años | Taxista

Salvador también es taxista y teme a contagiarse cuando se le sienta un cliente en el asiento delantero. Tiene 59 años. Considera que «no molestan». Él la seguirá usando, pero no le importa que aquellos que se acomoden en los asientos traseros vayan con el rostro al descubierto. Para Francisco, de 53 y compañero de oficio, que los pasajeros no lleven la mascarilla puesta no le intranquilice. «Estoy a favor de que las quiten». Aun así, no deja que nadie se suba a su vehículo sin llevarla puesta. «Siempre llevo una bolsa llena en la guantera por si a alguien se le olvidan», comenta. Tampoco le preocupa el coste económico. «Cuando te pagan suelen darte una pequeña propina. Más o menos, lo que cuesta la mascarilla», dice Francisco.

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Leticia estuvo un mes sin poder coger ningún tipo de transporte público. Se acababa de hacer una rinoplastia, y la mascarilla puede hacer que se le desvíe el tabique nasal. Tuvo que hacerse largas caminatas en pleno mes de agosto. Andar durante una hora mientras hacía 40 grados. «Ahora tampoco debería ponérmela. Lo que suelo hacer es bajármela un poco», confiesa Leticia. La joven de 22 años llegó a caminar desde la Calle Ayora a la Calle Sagunto, e incluso hasta la Ciudad de la Justicia. A veces con rabia y otras, con resignación, Leticia ha hecho largas sesiones de ejercicio sin apetecerle. No es de extrañar ver pasajeros, que no tengan cuestiones particulares que les impida llevarlas de otra forma, que no se cubren la nariz y la utilizan de adorno. «Qué más da que las quiten o las dejen si la gente la lleva mal puesta», dice Eva al bajar del autobús de la línea 92. La mujer de 43 años opina: «U obligan a que se la coloquen bien o que quiten la obligatoriedad. Yo prefiero que las retire.

«En la oficina tu compañero no la lleva. No tiene ningún sentido que no quiten la mascarilla del todo»

Pablo, 23 años Usuario de metro

El transporte público, a favor de la retirada

La Asociación de Transportes Públicos Urbanos y Metropolitanos (ATUC) se ha posicionado. Ya ha pedido a Carolina Darias, que elimine la obligatoriedad de usar la mascarilla en el metro, tren, autobús y demás medios de transporte colectivo. Su postura es que el uso pase a ser una recomendación en lugar de una obligación y favorecer así la movilidad.

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