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Los mercados ambulantes no levantan cabeza. La pandemia supuso la paralización de la actividad y la imposición de aforos y restricciones pese a estar ... al aire libre. Cuando los vendedores comenzaban a recuperarse, la subida de precios por la guerra de Ucrania ha vuelto a asestar un duro golpe a este sector que en la Comunitat Valenciana da trabajo a unas 5.000 familias.
Los mercaderes calculan que las ventas han descendido más de un 30% ya que los clientes han perdido poder adquisitivo y tienen miedo de gastar por si la situación sigue agudizándose.
«No se vende nada y los gastos te comen. Tenemos más de 3.000 euros de gastos fijos al año sin saber qué ingresos conseguiremos», comenta Juan un vendedor de ropa que asegura que ésta ya no es un bien de primera necesidad para muchos.
Todos los vendedores ambulantes coinciden en que tienen que soportar una cantidad muy elevada de gastos ya que las tarifas de ocupación de vía pública que se pagan en cada municipio son caras. Ésta es una de las reclamaciones de la nueva federación de Associacions de Venda No Sedentaria de la Comunitat que se acaba de fundar y que congrega a una decena de asociaciones de las tres provincias.
«Pedimos que se establezca una tasa unificada a relación del número de habitantes y que se apliquen rebajas porque por tan sólo seis metros lineales en algunos pueblos se pagan 900 euros por acudir un día a la semana», solicita Miguel Ángel Viñes, presidente de la federación y de la Asociación Valenciana de Mercaderes, Avame.
Esta organización también reclama a las administraciones una mayor promoción de los mercados semanales ya que «ayudan a dinamizar los comercios y restaurantes de la zona» así como que se otorguen ayudas directas al sector para renovar vehículos o que la ITV se pase de forma anual y no cada seis meses como se hace en la actualidad.
«Los gastos nos ahogan. Es una barbaridad lo que pagamos en comparación a las terrazas de los bares que abren todos los días», recuerda Viñes.
Esta situación ha provocado que muchos vendedores ambulantes abandonen sus puestos y los que aguantan son trabajadores mayores que están a punto de jubilarse. Es el caso de Vicente que regenta un puesto de cuchillos y que cerrará en unos meses para el que ya no hay relevo generacional porque sus hijas trabajan en otros «sitios mejores».
También cuenta los meses para jubilarse Juan que recuerda como hace décadas los mercados eran un lugar rentable. «Ahora me toca aguantar porque me queda poco para jubilarme pero casi sales para pagar gastos», lamenta este hombre en su puesto de Benifaió, un mercado considerado de los buenos por los trabajadores de este sector.
Mientras los vendedores de ropa y otros útiles coinciden en la grave crisis que afecta a los mercados, los puestos de alimentación no sufren estos problemas y se nota en el goteo constante de clientes que llegan a las paradas. «La alimentación está aguantando bien pese a que hemos tenido que subir los precios como todos. Yo tengo la suerte de tener una clientela fija en cada pueblo y apenas me he resentido», confiesa Juan Núñez desde su puesto de ultramarinos.
Juan Santacreu es uno de los miles de vendedores no sedentarios que sale a diario a los mercados de los pueblos valencianos. Más de 35 años al frente de un puesto de ropa infantil y reconoce que cada vez es más difícil vivir de ello. «Estamos en cifras muy por debajo de antes de la pandemia. Trabajas todos los días pero si llueve no puedes salir aunque los gastos se mantienen», explica desde su puesto en Benifaió.
El incremento de precios de combustibles y demás impuestos no se puede repercutir totalmente en el producto ya que la competencia es muy grande y esto supone reducir los beneficios. «Vendemos género nacional y esa es nuestra seña», comenta Santacreu.
Al igual que sus compañeros reconoce que una solución a esta crisis pasaría por reducir los gastos que tienen que pagar a la administración ya que las tarifas de ocupación de vía pública son elevadas y están asfixiando a los mercaderes.
En la misma línea se manifiesta otro vendedor ambulante. En este caso, Manuel regenta junto a su mujer una parada de ropa interior. «Este trabajo es muy duro, son madrugones, viajes y si llueve o hace aire ya no puedes hacer nada», apunta Manuel.
Este hombre reconoce que aguanta con su puesto porque lleva toda la vida y está acostumbrado pero lamenta que sea difícil sobrevivir. «Ganas lo justo, en verano todo son pérdidas porque la gente ni viene», comenta Manuel.
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