Desde poco más de un metro de altura, un diminuto árbol de Navidad brilla entre el barro. Quedan pocos días para Nochebuena y estamos en ... la calle José Capuz, en Paiporta, en el corazón arrasado de la zona cero. A pocos metros de aquí, el barranco del Poyo, cicatriz furiosa, permanece dormido. El sol brilla sobre las aguas fecales y si vieran una foto, parecería hasta una estampa agradable. En aquel balcón hay un Papá Noel, pero en la calle sigue el barro. Ahora estamos en Catarroja, cerca de la avenida Rambleta. Son las 19.30 horas y es noche cerrada. No hay farolas, porque no funcionan. En medio de la oscuridad más absoluta, en un tercer piso parpadean unas luces de colores.
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Cuando llegó el barranco, en esa tarde terrible, nos quitó mucho. A algunos les quitó mucho más que a otros; a otros, todo; y no sería justo decir que el dolor es igual, pero el frío se nos ha clavado a todos dentro como una herida infectada. De hecho, estamos a pocos días de Navidad y en los mercados municipales reconocen que el ritmo de venta es inferior al de otras semanas. Mientras cientos de cuestiones parecen ancladas en el tiempo en las zonas más devastadas, el calendario avanza inexorable y quedan pocas horas para Nochebuena. Pero, ¿cómo afrontar una fecha en la que la sociedad te dice que debes ser feliz cuando tienes polvo en las manos? ¿Cómo sentarte a la mesa a celebrar nada cuando aún recuerdas el sonido del agua?
Son preguntas retóricas: no puedes. O no podrías, si la barrancada hubiera ocurrido en cualquier otro lugar del mundo. Pero hay algo en el alma valenciana que hace que nos levantemos una y otra vez. En la zona de la dana, quienes viven en Sedaví o Alfafar llevan dos meses de lecciones diarias. Hace unas semanas, a comienzos de noviembre, se hizo viral la foto de un grupo de personas en algún lugar indeterminado de Valencia que almorzaban entre el barro en 1957, días después de la riuà. La foto podría haberse dado en 1982 en la zona aplastada por Tous. Se repitió, 67 años más tarde, en la zona cero. En la versión actualizada, uno de los participantes lleva una camiseta en la que se lee 'YouTube' y hay también un bombero. Pero el espíritu es el mismo. Ahí sigue, irredento. Inalterable.
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Hay, por tanto, ganas de volver a reunirnos. Las hay, también, en la zona cero. Paseos por por Picanya o Massanassa desvelan adornos en los balcones altos, pequeños arbolitos en el interior de bajos diáfanos como enormes bocas abiertas a la nada. Se entiende también que haya quien no tenga nada que celebrar. Hay gente que, se ha contado y lo seguiremos haciéndolo, lo ha perdido todo. Incluso a sus familias. Gente para la que Nochebuena o Navidad serán días como otros cualesquiera. Pero es que incluso en esos casos, los vecinos no dejarán que nadie se quede solo. «Si necesitas cualquier cosa...», le dice Carlos a una vecina, en Catarroja, que se rompe a llorar cuando le pregunta cómo va a pasar la Navidad. Sus niñas llevan regalos en las manos, porque las iniciativas solidarias, siempre el de al lado, han llenado de presentes la zona cero, en un intento de que los más pequeños, que son también quienes menos culpa tienen, disfruten de unas fechas especiales.
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Los ayuntamientos, ayudados por agrupaciones de guardias civiles, fallas o peñas valencianistas, han organizado un sinfín de actividades lúdicas en las mañanas de la semana de Navidad en localidades como Paiporta o Catarroja. Todas ellas, gracias al impulso de las administraciones locales y también de los vecinos, contarán con cabalgatas de Reyes Magos o con visita de Papá Noel. Quizá Sus Majestades detecten más polvo en el ambiente, o vean las calles más oscuras que en otras ocasiones, pero en el interior de las casas habitadas, pequeñas islas de luz en medio de una nada real y figurada, algún niño dormirá con la ilusión enredada en el pelo. Y eso, como tantas otras cosas, no hay barranco que se lo lleve.
Incluso quienes no han podido volver a casa desde que aquella gris mañana de miércoles tuvieron que huir de casas convertidas en cuevas terrosas saben que la Navidad es una buena excusa para celebrar. Francisco se ha ido a vivir con sus padres a Alfafar, donde su vivienda quedó destruida. Él celebrará lo que pueda, porque tampoco tiene demasiadas ganas. Y es que, como el polvo que flota sobre el suelo, en la zona cero se ha asentado una sensación de desesperanza difícil de limpiar, que se te pega al cuerpo y que no hay ducha caliente que te quite de encima.
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Contra el miedo, risa. Contra la oscuridad, luz. Contra la desesperanza, ilusión. Contra los supermercados cerrados de Sedaví, las ayudas de la World Central Kitchen en Alfafar. Contra los locales convertidos en agujeros muertos, los restaurantes que ofrecerán cenas gratuitas. En Nochebuena, y en Navidad, y en Nochevieja, y en la noche de Reyes, nadie come solo. Nadie cena solo. Si no quieren, claro. «Es que parece que en estas fechas haya que estar feliz por sistema», comenta Manuel, que vive en Sedaví. «La Navidad siempre supone un extra de tensión para la gente que se siente sola. Si te sientes solo, es fácil que en Navidad te sientas aún más solo», comenta Marcos Gómez, psicólogo. Imagínense si esa soledad es tan absoluta como la de alguien que ha perdido a toda su familia, así como su casa.
«Lo mejor es no forzar a nadie a pasárselo bien o reírse. Hay que acompañar, ofrecer ayuda, decir que dispones de espacio para acoger a quien está solo, pero no obligar o forzar a nadie. Cada uno lleva los procesos de duelo como puede o como sabe y no es trabajo de nadie acelerarlos», comenta Gómez. En la zona cero hay, eso sí, mucha gente que tiene ganas de celebrar. Sobre todo son quienes no han perdido a nadie, aunque sí algo, o quienes tienen niños pequeños. Vicent y Maica, que viven en Paiporta, explican que tienen dos, de tres y seis años. «Celebraremos la Navidad por ellos, pero es verdad que cuando estás tan triste o tan fastidiado como nosotros cuando los ves a ellos felices te vienes arriba», asegura Vicent. Ellos no podrán ir a ver a los padres de ella, que viven en Ontinyent, porque han perdido el coche, pero aseguran que los 'iaios' han enviado regalos. «Todo sea por ver la ilusión en sus caras. Eso te reconocilia un poco con la vida tal como van las cosas», indica Maica.
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Y es que en próximos días, las luces de Navidad brillarán sobre el barro. En los pisos altos, sobre el océano de miedo y soledad que son las calles todavía llenas de polvo y de drama, en cada mesa se pondrá un mantel. Habrá turrones, la comida que compren o faciliten los voluntarios, siempre ellos. Pero la zona cero se reunirá de nuevo. Sus vecinos volverán a reír, y a abrazarse, aunque esto no han dejado de hacerlo desde que aquella mañana vieron que seguían respirando. A esas mesas se sentará el alma valenciana. Ahí cenará y comerá y beberá y vivirá. Todo lo demás, en realidad, es una farsa. Porque lo que pasa alrededor de una mesa con la gente que queremos tiene la capacidad de curarnos un poquito el alma. Y en la zona cero no hay nadie que no necesite una caricia en el corazón.
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