En la calle Roteros número 12 se respira solera. La propia entrada bien podría ser un pequeño museo sobre la capital del Turia y tradiciones valencianas, repleta de fotos históricas, recortes de periódicos y objetos que cuentan también la trayectoria de este local desde antes incluso de que abriera sus puertas en 1986. Dentro, el ambiente es familiar y cercano, a la par que profesional. Antonio Alfonso, el fundador de este negocio de restauración, recibe a todo el mundo con una sonrisa abrumadora. Sus ojos destilan gentileza y parecen callar los años de entrega, esfuerzo y sacrificio que lleva a su espalda. Hasta su manera de interactuar se antoja lejana a la situación por la que atraviesa El Forcat. Pero como se dice, la procesión va por dentro.
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«El día 1 de julio volví a abrir después de meses cerrados por la pandemia y la verdad es que todo son pérdidas tras pérdidas», relata Antonio, que destaca la caída del turismo internacional como la principal causa de la debacle. «Este negocio se nutre sobre todo de los visitantes extranjeros que quieren venir a un sitio típico valenciano», explica el profesional, que actualmente no dirige el servicio porque está jubilado.
Antonio llegó a ser un referente de la restauración en el barrio de El Carmen en los 80. «Yo tenía el local más grande de aquel entonces y siempre completo y hasta con lista de espera», recuerda.
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Desde que subió la persiana este verano, El Forcat abre sólo para comidas. Cuenta con cuatro trabajadores y tres de ellos llevan sin cobrar el ERTE desde hace tres meses. «Abrir la puerta me cuesta 400 euros al día entre seguros, luz e impuestos», sentencia. En las últimas semanas, el establecimiento registra una caja de entre 20 y 60 euros diarios.
Los estragos del virus han hecho mella en este establecimiento igual que en otros muchos, víctimas del parón de actividad que tiene su origen en la pandemia. Antonio levantó el negocio tras haber pasado por varios empleos relacionados con la restauración. El que más destaca es su paso por Los Viveros, ya desaparecido, donde trabajó como repostero y sirvió a personajes como el Rey Juan Carlos. «Vengo de una familia humilde de seis hermanos huérfanos y nos hemos hechos a nosotros mismos», cuenta.
Aunque está jubilado, Antonio ha hecho todo lo posible por capear el temporal y mantener a flote el restaurante, pensando principalmente en sus empleados. Sin embargo, admite que ya no le quedan fuerzas para seguir remando a contracorriente. «Lo estoy alargando todo lo que puedo y estoy poniendo dinero de mi bolsillo. No quiero deber nada a nadie y menos a mis trabajadores, pero estoy viendo que no llego. Quiero dejar la hostelería, el local. Dejarlo y dedicarme a vivir feliz y tranquilo», asegura.
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Los números hablan por sí solos. El pasado mes de julio facturó 8.000 euros frente a los 40.000 euros que ha llegado a facturar en un mes normal, antes de que estallara la pandemia. Su deuda asciende a 100.000 euros. «Estamos preguntándonos cómo vamos a solventar las deudas. Además, si cierro tengo que pagar las indemnizaciones por despido y la Seguridad Social de los tres meses que los trabajadores han estado en ERTE», explica. A esto se suma el préstamo de 50.000 euros que Antonio solicitó para hacer frente a todas las pérdidas generadas por la anulación de las Fallas. «Tuve que traer género que se perdió por la poca antelación con la que suspendieron las fiestas», indica el hostelero mientras enseña varios folios donde tiene clasificados a todos sus proveedores y donde apunta las cantidades que debe a cada uno y los plazos de los que dispone para sufragarlas.
Ante esta situación, agradece la comprensión de sus proveedores. Del mismo modo, Antonio ha rebajado el alquiler de otro local que posee, el bar Volare, justo al lado de El Forcat. «Son 1.100 euros pero ahora lo he dejado en 500. Son dos chicas muy trabajadoras que también lo están pasando mal», sostiene.
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Al hacer balance de la situación, Antonio echa en falta apoyo por parte del Ayuntamiento de Valencia. «No nos ha ayudado nada. Encima, me quitaron la terraza hace dos años», critica. Ahora, se encuentra ante la dura de decisión de bajar la persiana de El Forcat para siempre. Ya lo hizo con esa idea en 2007. Traspasó el local pero al final volvió a coger las riendas después de que la compradora no tuviera éxito con su negocio. Trece años después de aquello, uno de los motivos más insospechados ha decidido poner punto final a este lugar con 34 años de historia.
Ginés Ponce. Aceitunas, encurtidos y salazones
Ginés Ponce provee a El Forcat de aceitunas, encurtidos y salazones principalmente. Tal y como cuenta Roque, trabajador de esta empresa, son «muchos los años» vendiendo a Antonio. «Tengo 45 años y lo conozco de niño. Es más que un cliente», afirma.
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Tal y como cuenta, este restaurante le compraba al año género por valor de 6.000 euros. Aunque el impacto sobre el negocio de Ginés Ponce es pequeño, ya que cuenta con más de 200 clientes, el paso de la pandemia no deja de ser evidente. «Toda piedra hace camino. Si Toni compraba entre 400 y 500 euros al mes, ahora apenas llega a los 50 euros», sostiene Roque. Esto supone una facturación de hasta diez veces menos respecto a antes de que llegara el virus.
Desamparats. Horno
Amparo, gerente del Forn Desamparats, lamenta con pesar la situación de El Forcat. «Son muchos años con ellos, además son amigos de la familia. Es un sitio emblemático y se va a perder por este virus como tantos otros», cuenta. El local compraba 50 barras de pan al día y ahora le cuesta llegar a 10.
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El Colomer. Distribuidor de bebidas
El Colomer es uno de los distribuidores de bebidas de El Forcat. Al igual que el resto de proveedores, Toni, empleado de la compañía, destaca la figura de este restaurante por su historia y trayectoria. «Más allá de los números, es el simbolismo que tiene», sostiene. En ese sentido, explica que Antonio, el gerente de El Forcat, «ha sido siempre un buen cliente». En especial, destaca su buen hacer y su cercanía. «Él siempre te recibe con una sonrisa, aunque atraviese dificultades. Es una persona además que ha levantado este negocio desde la nada, con mucho sacrificio y sudor», señala Toni, que critica, además, «la falta de ayudas» por parte del Ayuntamiento.
Coloniales El Sol. Aceite, especias y conservas
Los restaurantes y bares son sólo la cara visible del sector hostelero, que está sufriendo en especial el batacazo del coronavirus. Otro eslabón de la cadena que trata de capear el temporal son los proveedores de alimentación, como es el caso de Coloniales El Sol, que vende aceite, especias y conservas a El Forcat, cuyo inminente cierre se suma al de tantos otros. «Somos la única empresa bicentenaria de alimentación abierta y puede que con la que está cayendo nos toque cerrar también a nosotros», subraya César.
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«Desde el año 89 les hemos servido de todo. El año pasado facturamos con ellos 11.000 euros, pero en los de más bonanza hemos llegado a los 20.000 euros», recuerda este profesional, que hace referencia a «la época dorada» de El Forcat, cuando tenía un salón de 300 personas. «Son un cliente importante y además somos muy amigos», indica. «Por desgracia, este virus va a tocar a más de un restaurante histórico. Para los clientes ha sido complicado, él lleva muchos años y está agotado también», añade.
El impacto económico del cierre es lo de menos. «No es el volumen, es lo que supone ese local. Ahí ha comido gente muy importante. Además, Antonio siempre ha sido muy detallista. Si salía una paella mal, no la servía, hacía otra», afirma.
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Diresa. Distribuidor de bebidas
Vicente, trabajador de Diresa, asume con tristeza la deriva que está tomando el sector de la hostelería y, en especial, la que protagoniza Antonio con El Forcat. «Los bares del centro de Valencia se están viendo especialmente perjudicados. Es el caso de Antonio, que además no tiene terraza y se dirige a un público principalmente extranjero y mayor», explica Vicente, que se encarga de distribuir cerveza, agua y vinos al local de la calle Roteros.
«Es una lástima. Antonio es muy buen cliente, buen pagador y no lo debe estar pasando nada bien con esto», señala el profesional, que explica que antes del Covid-19, El Forcat le compraba bebida por valor de 1.500 euros mensuales mientras que ahora ronda los 400 euros.
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