Urgente Un muerto y un herido en una pelea entre clanes en Nazaret

Somos nosotros, los padres, lo que en teoría debemos enseñarles. Ser su guía, su ejemplo, su maestro. Una tarea difícil que abarca desde lo más básico (números y colores) a lo más complejo (enseñarles a gestionar las emociones y moldearlos para que en el futuro sean adultos responsables y sobre todo felices). Pero son ellos los que nos regalan lecciones que ni el gurú más reputado sería capaz de extraer. Tú les enseñas los días de la semana, ellos te enseñan lo fácil que es entusiasmarse con cualquier cosa (una mariposa volando, un autobús que pasa delante de ti, una pandilla de perros que te ayudan si estás en apuros); tú les enseñas a decir gracias y por favor, ellos a ti que las convenciones con que la sociedad se rige son solo eso, normas que seguimos para tener una vida más fácil y ordenada, pero ellos duermen perfectamente con los pies en la almohada, comen la merluza mezclada con el petit suisse y si les dejas que elijan su propia ropa para vestirse... bueno, hagan la prueba.

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Te enseñan que el miedo y la vergüenza son lastres que vamos cargando a medida que crecemos; que bailar es algo innato al ser humano, también señalar con el dedo, pegar y abrazar. Aprendes de su mirada exenta de prejuicios, esa que hace que coja de la mano al vagabundo borrachín del barrio o que juegue en el metro con una anciana enferma de alzheimer. Asimilas su escala de valores cuando después de gastarte un dineral en el último juguete, él lo abandona en una esquina y te reclama para que le leas un cuento en la cama. Te recuerdan lo bonito que es mantener intacta la capacidad de asombro, esa que no pierden a pesar de ver cien veces la misma película. Tú les cuidas, les proteges y tratas de educarlos, pero ellos hacen algo infinitamente más grande, vuelven a conectarte con la vida.

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