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La risa va por barrios

El nacionalismo mata a Compromís. Creció por el voto de la crisis y la ira, pero está espantando a esos votantes sobrevenidos

Julián Quirós

Martes, 9 de mayo 2017, 09:30

Publicado en la edición impresa del domingo 7 de mayo de 2017.

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Hace justo un mes rematábamos esta sección con una crítica al liderazgo limitado de Ximo Puig, sometido en muchas políticas a las distintas corrientes compromiseras, capaces de imponer la agenda del Consell bitripartito ante el quietismo del bloque socialista. Decíamos del President: «no se moja, deja hacer, no molesta; en términos de provecho para la sociedad resulta descorazonador, pero en clave de estabilidad personal seguro que es la mejor manera de mantenerse en el cargo mientras dure el actual ciclo político». El sondeo electoral de Sigma Dos para LAS PROVINCIAS (un amplio espectro de 1.200 entrevistas) parece corroborar justamente que Puig obtiene buenos resultados con su táctica: la ciudadanía premia al PSPV mientras aplica un severo correctivo a la formación de Mónica Oltra, en lo que parecería una especie de distinción entre buenos y malos dentro del pacto botánico, donde la risa, según se ve, va por barrios. Dicho en fino, parte de los exvotantes de Compromís estarían migrando hacia formaciones parejas, pero menos dadas a los excesos (especialmente los excesos de tinte nacionalista), o sea, a Podemos y PSPV.

Esa es la segunda conclusión del sondeo. El cambio brusco en el equilibrio de fuerzas entre los tres integrantes de la alianza parlamentaria. Podemos puede hasta empatar o rebasar a Compromís y los socialistas toman una distancia considerable respecto a los nacionalistas. La presidencia de Puig, por tanto, se consolida y Compromís estaría abocado a reducir su actual cota de poder y gobierno, si bien mantendría una notable capacidad de presión o influencia sobre sus socios. Ahora, la conclusión principal no es que la gente haya moderado el tono nacionalista del tripartito, sino que el tripartito en sí mismo resiste con notable salud (el porcentaje de votos es incluso superior al de 2015). Queda claro que (1) dos años no es mucho tiempo dentro de una coyuntura política, (2) que el parte de daños no tiene carácter generalizado sino que se ciñe a las políticas más incendiarias y polémicas, como las vinculadas al plan educativo del conseller Marzà, contestado el sábado masivamente en las calles de Valencia, (3) que el PP todavía purga su desgaste tanto por las dos décadas de gobierno como por los numerosos casos de corrupción y (4) que Ciudadanos no ha encontrado su sitio ni sabe cuál es su papel en la Comunitat. Resultado de lo cual, el bloque alternativo al tripartito sigue estando lejos de competir por la mayoría en Les Corts.

Cabe reconocerle a Puig su condición de viejo zorro de la política y sus mecanismos; lleva en esto toda su vida. Poco importa que los valencianos le den una nota mayoritaria de regular al Consell o que sus dos apuestas personales, la infrafinanciación y el corredor mediterráneo, ni aparezcan entre las demandas de los encuestados. Poco importa si nada de eso afecta para mantener la mayoría. Cabe reconocerle a Puig que acertaba -en términos de desgaste personal- al rebajar la gravedad de las polémicas de sus aliados y cuando ponía toda su preocupación en la lucha interna del partido. En ese Pedro Sánchez que ha superado en avales a Susana Díaz en la Comunitat Valenciana y que, de hecho, puede ganar las primarias aquí, y quién sabe dónde más. De ahí le vendrían las dificultades, desde dentro de la familia, aunque serían unas dificultades finitas, medidas, mientras los números le salgan para mantenerse al frente de la Generalitat.

La noticia de los resultados de Sigma Dos está sin duda en el potente desgaste de Compromís, que paga sus excesos. Especialmente en la provincia de Valencia, donde la caída se acentúa gravemente, quizás por la influencia añadida que pueda suponer la evolución del voto en la capital autonómica, donde el alcalde Ribó también ha llevado adelante una política con sesgo y tensión. Algo que se podrá corroborar el próximo domingo, cuando publiquemos un sondeo electoral específico de Valencia ciudad. Mónica Oltra tendrá que echar cuentas mientras sus compañeros del Bloc le pondrán cuentos al pésimo diagnóstico electoral. El nacionalismo está matando a Compromís. El nacionalismo valenciano (antes llamado catalanista) tiene su techo, corroborado: despierta muchos más recelos que adhesiones. La coalición ha crecido por el voto de izquierdas, el voto de la crisis y de la ira, y cuando una vez en el gobierno Compromís se ha puesto a gobernar como nacionalistas que son, están espantando a esos votantes sobrevenidos, que buscan nuevo acomodo en Podemos e incluso en el PSPV. Los Marzà y los Ribó lastran a la formación, la devuelven a su condición periférica. Oltra, tan práctica, tan intuitiva, tan preclara a la hora de distinguir entre la ideología y el poder, deberá someterse a una profunda reflexión personal, porque ese sueño de alcanzar la presidencia de la Generalitat en 2019 se aleja sin remedio, contra lo que podía parecer hace sólo un año.

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Podemos mejora ostensiblemente sobre los anteriores comicios autonómicos, lo que no resulta tan llamativo si se considera que no tocó entonces su cima, sino después, en las generales siguientes. Sondeos en otras autonomías parecen incidir en esa misma tendencia alcista. Se beneficia del efecto nacional, de la marca Pablo Iglesias, sin verse perjudicado por su papel en Les Corts, donde de hecho ha tenido un corte más moderado y menos estridente que sus colegas de Compromís. Dos incógnitas pesarán mucho en el futuro. El relevo de Antonio Montiel si es sustituido por un perfil más radical y la ofensiva que puedan tomar contra el PSOE en caso de que Susana Díaz gane las primarias. Cualquiera de estos dos factores puede provocar nuevas variaciones en la relación de fuerzas del tripartito.

El Partido Popular mejora, moderadamente. Todavía está muy lejos de proyectar una recuperación de espacio acorde con el que perdió de forma súbita hace dos años. No parece de hecho que eso pueda producirse en lo que queda de legislatura. Su futuro depende de sí mismo y del entendimiento que pueda tener con la otra formación del centroderecha. Solo no lo conseguirá. Toca resaltar, no obstante, la diferencia territorial. Mientras que su impulso es destacable en las provincias de Castellón y Alicante, en Valencia sigue bajo mínimos. Quizás por el peso de la ciudad, donde el grupo municipalquedó descabezado con la imputación de sus concejales a cuenta del caso del pitufeo. Quizás por las evidentes insuficiencias del presidente sobrevenido, Vicente Betoret, nombrado a dedo por Génova y al que Alfonso Rus, su padrino, dejó mortalmente herido hace unos días al recordar al propio Betoret que es uno de los suyos y que está donde está porque fue uno de los suyos.

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Ciudadanos, por su parte, se queda en un ay. Más cerca de bajar que de mantenerse como está. Una tarjeta amarilla que no resulta extraña en función del trabajo parlamentario desempeñado desde 2015. Se sostiene sin duda por el tirón nacional, por Albert Rivera, que en su fuero maneja respecto al PP el palo y la zanahoria: le da la investidura y pacta los presupuestos, al tiempo que le somete a duras pruebas regeneradoras a cuenta de la corrupción en Murcia y donde toque. En Les Corts, sin embargo, ni Carolina Punset primero ni Alexis Marí después han sabido aplicar una labor de oposición, ejerciendo más de sostén del tripartito que de guardianes contra sus excesos. Ya se verá hacia dónde se guían en su nueva etapa y con su nueva sindic.

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