La Albufera
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El viejo lago ha tenido suerte esta vez; por fortuna sufrió antes y tiene una experiencia acumulada, traducida en reglasLa taxista que me lleva no sabe que en 1957 hubo una riada terrible y que a raíz de ella hubo que desviar el Turia por un nuevo cauce. Por eso se extraña de que yo llame «Plan Sur» a lo que ella llama V-30. A esa misma hora, la Albufera y el mar casi se confunden, aunque ya escampa. El temporal ha sido duro. Pero ha evidenciado muchas debilidades y errores, muchas flaquezas y carencias; que están siempre ahí, latentes, esperando la ocasión para lastimarlo todo.
Mi taxista -veintiséis años- cae en la cuenta de una placa que vio una vez en Catarroja, con una marca de nivel de agua. Fue la misma riada, concluimos. Porque el barranco de Torrent, o sea el de Chiva, es un canalla que hincha la Albufera cuando menos se espera.
El viejo lago lo ha pasado mal estos días. Este temporal ha sido un desafío muy exigente. Una prueba que ha estado a punto de hacerle un daño grave. Una borrasca como esta, hacia 1611, cegó la única comunicación que había entonces entre la laguna y el mar. Y como no hubo recursos para despejar el embozo, como el virrey pecó de abandono y desidia, la Albufera empezó a dulcificarse, se quedó sin salinas y vio arruinada la pesca.
Por fortuna, el Ayuntamiento de 2020 ha sido eficaz: las excavadoras han abierto los bancos de arena de las tres golas y las estaciones de bombeo han podido aliviar el exceso de agua que la Albufera ha recibido, precisamente cuando estaba inundada. En medio de tantos daños, es el momento de admirar el delicado equilibrio de un sistema, el del lago-arrozal dotado de compuertas, muy diferente de las plantaciones del delta del Ebro, donde la entrada de agua marina va a arruinar más de 3.000 hectáreas.
La Albufera va a superar este palo, uno más en la cadena del clima y sus altibajos. No ha habido desidia a la hora de actuar. Y tampoco tediosas discusiones sobre lo que era conveniente hacer. En la Albufera, a pesar de los pesares, hay acumulada una experiencia, una tradición, un sentido común traducido en reglas, que no han tenido los pueblos costeros cuando se pusieron a competir por tener el paseo marítimo más lindo, los chiringuitos más modernos, las marinas más atrayentes.
La taxista que me lleva no tiene dudas: hay un cambio climático y se nota en que el tiempo parece dislocado. De modo que hay que pasar al coche eléctrico. La Albufera, vista de lejos, es un mar blanquecino que se confunde con el otro, el que siembra de peces los paseos. Pero ha tenido más suerte que los pueblos con barrancos taponados o ríos desviados a lo loco.
Si el clima, como se asegura, está cambiando, lo que habrá que hacer, lejos de lamentarse o discutir, es sembrar la geografía de inversiones y obras colosales: cauces, embalses, playas, paseos, puertos, espigones, diques, dunas y barrancos esperan miles de millones de inversión.
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