A Beyoncé también se le enamora el alma, se le enamora... aunque la artista americana no tiene marinero de luces que cruzó la bahía sino a un rapero negro de 1,90, Jay-Z, que le gusta lucir alhajas más que a Daddy Yankee... hasta que se despistó el detective del hotel. Me explico: antes, los conciertos a lo grande consistían en un artista o una banda, un escenario, luces, pantallas y acción. Sin embargo, la tendencia actual de las superestrellas es montar un espectáculo audiopiromusical hilado a través de lo que se llama tener un 'relato'. Esto quiere decir que, igual que una canción te cuenta una historia, todo el concierto dispone de un argumento como si los temas del grupo formaran una historia con planteamiento, nudo y desenlace.
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En la historia de la música no es nada nuevo. Llevamos 300 años haciendo operas y operetas sin que a nadie le extrañe, pero la diferencia es que lo que más vende es convertir el escenario en un 'mega reportaje de la Hola' en 3D.
En el caso de la ex 'single lady' y su propio, el espectáculo con el que están recorriendo el mundo es la Gira de la Reconciliación Conyugal (sí, estas cosas le pasan hasta a la Beyoncé, como dice una compañera de periódico). En pantallas de la altura de un estado, se muestra a las decenas de miles de fans los vídeos de sus vacaciones en playas paradisíacas y sus visitas a sitios la mar de exóticos que no le aguantarías a un amigo que te invitara a casa, pero que te tragas allí (pagando ciento y pico boniatos), mientras la chica de al lado no para de grabar con el móvil hasta el último detalle.
Ellos dos abrazados, recorriendo Nueva Orleáns en una limusina, navegando en un velero que parece el Juan Sebastián El Cano o con los chiquillos en brazos... esto último igual que la Pantoja cuando todavía podía levantar a Paquirrín a pulso y le terminaba los versos de las copla en el escenario.
Ese viejo mundo llamado 'intimidad' que ya pocos consiguen atrincherar frente al adictivo 'Me gusta' de las redes sociales, está bajo mínimos. Como irreductibles galos son pocos los que se libran de este hogar de cristal en el que todo se magnifica y no hay dolor pequeño ni placer discreto... a no ser que seas autónomo, esa raza irreductible de mujeres y hombres de delicada salud de hierro que nunca se detiene, aunque lo necesite.
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Las estadísticas hechas públicas esta semana señalan que el volumen de autónomos que piden la baja laboral es la mitad que el de asalariados. Esto muestra como, cuando un trabajador por cuenta propia deja de trabajar por enfermedad, es que lo hace de verdad. Esto explica que, cuando se toma la licencia médica lo hace en serio y dura una media de tres meses. Su intimada sólo queda entonces expuesta, después de pasar demasiado tiempo sin atreverse a toser.
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