La inesperada salida de Marzà, la marcha obligada de Mata, los problemas judiciales de Oltra y de Puig... Las señales de agotamiento que lanza el Consell son evidentes a un año de elecciones
Jueves, 12 de mayo 2022, 00:36
Cuando los rumores de una crisis del Consell provocada por la marcha del síndic socialista, Manolo Mata, ponían ya fecha y hasta nombres a los posibles afectados por los cambios, el conseller de Educación, Vicent Marzà, hizo saltar ayer por los aires todas las especulaciones al anunciar de manera inesperada que abandona el Ejecutivo para dedicarse al partido. Un adiós que obliga a una remodelación más profunda y que a su vez pone sobre el tapete los problemas que arrastra el Botánico II a un año de las elecciones autonómicas. No hay que olvidar que la salida de Mata se produjo tras levantarse el secreto del sumario del 'caso Azud', un escándalo de corrupción que afecta tanto al PP como al PSPV, ahora en el gobierno. El hecho de que el ya ex portavoz sea el abogado defensor del principal implicado en la causa hacía imposible su continuidad en Les Corts. Como tampoco hay que perder de vista que sobre la vicepresidenta primera, Mónica Oltra, se cierne la amenaza de su posible imputación por cómo gestionó su consellería el caso de los abusos a una menor de su ex marido. O que, por si no fuera suficiente con lo antedicho, en unos días acudirá al juzgado a declarar el hermano del presidente Puig por las presuntas irregularidades cometidas en el cobro de subvenciones públicas. Algunas de ellas, por cierto, de la conselleria que acaba de abandonar Marzà. Un panorama judicial que se complica por momentos y que hipoteca la acción de gobierno. No hay más que fijarse en las declaraciones del pasado martes de la consellera de Justicia, Gabriela Bravo acerca de lo que debería hacer Mónica Oltra -«yo me plantearía dimitir si se compromete a la institución»- para llegar a la conclusión de que estos problemas están atenazando a un Botánico cada vez más mustio, cuando debido a las sucesivas crisis que golpean a la sociedad (pandemia, guerra, suministros, precios...) más proactivo debería mostrarse.
Las coaliciones de gobierno nunca son fáciles, siempre hay discrepancias y tensiones. Pero la sensación que transmite ahora mismo el Ejecutivo fruto del pacto entre el PSPV, Compromís y Unidas Podemos es que el pegamento que les unía ya no hace efecto y que con la vista puesta en 2023 -año electoral- cada formación se dedica a encontrar su sitio. Incluso dentro de cada una de ellas se producen movimientos tácticos que sólo pueden interpretarse a la luz de la cita con las urnas. Es el caso de la salida de Marzà, directamente relacionada con su posible interés en liderar a los nacionalistas en unos momentos en que la popularidad de Oltra se encuentra bajo mínimos. Un adiós con más sombras que luces debido a su particular empecinamiento en políticas contra la enseñanza concertada y de arrinconamiento del castellano, que en muchos casos fueron anuladas por los tribunales de justicia. Sea por la razón que sea, su marcha desnuda las carencias de un Consell cosido con alfileres y en el que los recelos entre los socios crecen cada día. Cuando no las desavenencias, como las que afectan a la ampliación del Puerto de Valencia. El histórico logro de la gigafactoría de Sagunto permitió tapar, o al menos disimular, algunas de estas discrepancias. Pero más allá de la celebración del aterrizaje de esta gran inversión, el segundo pacto del Botànic ofrece unos evidentes síntomas de agotamiento, que tratarán de maquillarse con la ahora ineludible crisis de gobierno, tenga el alcance que tenga. Con las elecciones a un año vista y el PP beneficiándose del efecto Feijóo, la partida se presenta mucho más incierta de lo que cabía esperar hace unos meses, cuando el viento soplaba a favor de Puig. Habrá que ver si un cambio de nombres en su gabinete es suficiente para recuperar la iniciativa.
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