Entre Brooklyn y Mataró

No se necesita leer la autobiografía de Woody Allen para reconocer su inmenso talento. Se disfrutan las páginas como si fuese otra de sus estupendas películas, el tono de la prosa, me parece, se aproxima al de 'Días de radio'. No me gustan todas sus obras, algunas incluso no las soporto, pero uno cae rendido ante su ingenio y lo infatigable de su producción. Nunca le faltan las ideas para forjar las historias plasmadas en sus guiones. Impresionante.

Ajusta cuentas con Mía Farrow de una manera tan implacable como inteligente y elegante. El retrato que nos queda de ella resulta demoledor y concluimos que la actriz está regadera total, maraca rotunda, cafetera humeante. Por unas de esas casualidades, lo siguiente que ha caído entre mis manos es la magnífica biografía de Peret escrita hace una década por Juan Puchades. No se trata de comparar pues no se admite la comparación entre un músico y un cineasta, pero no dejo de pensar en las vidas de estos artistas que, cada uno a su manera, triunfaron. La vida de Peret rezuma mayor ritmo y vértigo que la de Allen. Ninguno de los dos lo tuvo fácil, pero revolotea en mi cabeza una diferencia fundamental... Allen nace en Brooklyn en el seno de una familia judía de clase media-baja y su parentela le adora desde que llega al mundo. Peret viene de una chabola de Mataró y cuando se inició con la guitarra, actuando en la costa para los guiris, seguía vendiendo, auténtico pluriempleo español, telas puerta a puerta. Allen narra su enganche con los rincones míticos de Nueva York y Peret forja su carácter, junto a sus compadres gitanos, en las timbas del bar 'El salchichón'. Allen ha dejado varias obras maestras, pero Peret inventó ese glorioso y espídico giro de guitarra bautizado como 'el ventilador'. Madre mía si hubiesen alumbrado a Peret en la ciudad que nunca duerme...