A cara de perro

Presión. «No queremos aplausos, sólo respeto», señalaba un médico de familia mientras protestaba la pasada semana a las puertas de la Conselleria de Sanidad. Los facultativos, y por extensión el resto del personal de la red pública, están agotados, hastiados y desmotivados. Después de combatir la peor pandemia de los tiempos modernos, aquella en la que la población aplaudía su implicación desde los balcones, comprueban en sus propias carnes y a diario que ha servido de poco. La atención a los pacientes crónicos se ha demorado, las agendas en los centros de salud están sobrecargadas y la población demanda asistencia cada vez con más frecuencia. Y exige que sea inmediata y a la carta, muchas veces con malos modos -lamentablemente siguen aumentando las agresiones a los profesionales-. Para los pacientes prácticamente todo es urgente y a la mínima ocasión se presentan en los consultorios o en los servicios de Urgencias porque, dicho sea de paso, no es de recibo esperar dos o tres semanas para tener cita con el médico de familia. Pero tampoco es lógico que una leve fiebre, unos mocos o una tos genere tres visitas del mismo enfermo a los recursos sanitarios en apenas una semana. Faltan profesionales, posiblemente, ante el incremento de la demanda asistencial, paralizada durante meses por la pandemia; pero también hay un déficit de educación sanitaria, que se hace patente en momentos como el actual en el que están repuntando los virus respiratorios, y que ha llegado a poner al límite a las UCI pediátricas.

Todo ello está generando un creciente malestar en los especialistas que ha cristalizado en la convocatoria de dos días de huelga por parte de los médicos, paros que amenazan con extenderse al resto de escalones sanitarios. Quieren refuerzos y que se limite la cantidad de pacientes que cada facultativo de familia atiende a diario. También salarios más altos y mejores condiciones laborales que reduzcan la fuga de profesionales porque, precisamente ahí, se genera otro de los problemas. El propio conseller de Sanidad, Miguel Mínguez, apuntaba a estas dos cuestiones el pasado viernes. Por un lado el repunte de consultas, en torno a un 18%, y por otro las dificultades para cubrir las bajas de los profesionales, al estar las bolsas de empleo vacías. Porque si la oferta laboral no es atractiva, y Atención Primaria parece que no es lo que más seduce a los médicos que acaban de formarse, los profesionales se marchan en busca de un futuro mejor, de más estabilidad y de condiciones adecuadas para atender durante un periodo de tiempo suficiente a sus pacientes.

Y para acabar de rizar el rizo, la última oposición para consolidar el trabajo de los enfermeros y reducir la temporalidad de los interinos se ha transformado en un nuevo escenario de enfrentamiento. De estos profesionales con la Administración, con sus propios representantes y entre compañeros. El atípico examen, más difícil de lo habitual y con preguntas en ocasiones más próximas a otras categorías como medicina y farmacia, enervó los ánimos y generó una cascada de críticas hacia el tribunal que preparó la prueba salpicadas de amenazas de impugnación. Pero aquellos que la han aprobado, gracias a su esfuerzo y dedicación, se sienten criminalizados, hasta mal vistos por sus propios compañeros y muy poco respaldados por sus representantes, situación que agrava el malestar ya existente.

Y en este caldo de cultivo, con los profesionales a cara de perro, llegan las navidades y el frío, un momento en el que tradicionalmente aumenta la presión y los enfados, por lo que la paciencia parece que será la principal receta.