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Un día para celebrar

EDITORIAL ·

El 9 d'Octubre es para los valencianos una fiesta, un motivo de reafirmación y autoestima ajeno al victimismo y el sentido trágico de la vida que caracteriza a los nacionalismos

Domingo, 9 de octubre 2022, 00:20

El cliché sobre los valencianos establece que son amantes de la fiesta, entre otras muchas características. A veces, esta condición es vista como algo negativo, como una propensión a tomarse la vida demasiado a la ligera. Pero por comparación con otras situaciones que están en la mente de todos cabría afirmar que lejos de ser un defecto, se ha convertido en una virtud, dicho sea sin el menor ánimo de chovinismo. El 9 d'Octubre, el día de la Comunitat Valenciana, es el mejor momento para reflexionar sobre este peculiar talante valenciano, los pros y los contras de una forma de ser y de entender la vida. La propia festividad es un buen ejemplo de que en Valencia se siente la condición propia como una celebración, no como un capítulo más de una tragedia eterna, inacabada. Lo que hoy se conmemora es la conquista de la ciudad por el Rey Jaume I y su constitución como reino dentro de la Corona de Aragón. A los nacionalismos les suele gustar más fijar una derrota como día 'nacional'. Básicamente porque su relato se construye desde el agravio y, en cierta medida, el resentimiento. Hay siempre un opresor al que echar la culpa de todos los males y un pueblo oprimido que sufre. La celebración pasa entonces a ser un triste recordatorio de lo que pudo ser y no fue, un motivo más sobre el que cimentar la teoría de la discriminación histórica. La inmensa mayoría de los valencianos no pertenece a esta corriente que hace del victimismo su razón de ser.

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Es cierto, y no hay por qué ocultarlo, que durante años el 9 d'Octubre tuvo un componente controvertido e indeseable, plagado de incidentes y hasta de algún episodio violento. Fue durante la conocida como 'Batalla de Valencia', en la que los símbolos valencianos estuvieron en peligro. La movilización de la sociedad impidió que los deseos de expansión territorial del nacionalismo catalán encontraran un terreno abonado en una autonomía que quería seguir su propio camino, sin las tutelas interesadas de los soñadores de fantasías nacionales. Como también es cierto que en los últimos años grupúsculos de un extremo y del contrario han protagonizado altercados que no han logrado acabar, por ser minoritarios, con la voluntad festiva de los ciudadanos. Estas excepciones no invalidan la tesis principal, la de que el día de los valencianos es un motivo de alegría, no una oportunidad para recordar derrotas en un bucle de melancólica tristeza. Una jornada para exaltar lo propio sin cuestionar lo que nos une con el resto de los españoles. Porque esa es otra condición de los valencianos, que viven sin conflictos su pertenencia a España, con orgullo y solidaridad a la vez que con legítimas reivindicaciones. Una financiación justa es la principal de ellas. Desatendida de momento por este Gobierno, tan poco sensible como los anteriores a las evidentes dificultades de la Generalitat para poder cumplir con los compromisos de servicio público que tiene encomendados. Las inversiones en infraestructuras (corredor mediterráneo, túnel pasante...) y en la preservación del medio natural (Albufera, zonas quemadas, litoral en regresión...) figuran también en la carta que todos los años redactan los poderes públicos valencianos y la sociedad civil sin que encuentren demasiado eco en los Presupuestos del Estado. Motivos para la protesta -sensata y serena- los hay. Y se deben articular dentro del proceso de negociación entre las autonomías y el Gobierno central. Pero por encima de las cuentas pendientes, que se acumulan año tras año sin aparente solución, hoy se levanta el espíritu de los valencianos como pueblo que quiere vivir en paz y prosperidad. Haciendo de su día, del día de los valencianos, un motivo de fiesta.

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