No hay cura para los caraduras

Los complejos no los curan los médicos. Es una frase que siempre me ha encantado. Y en paralelo podríamos decir: para los caraduras tampoco hay vacuna que valga. Y esta semana ha sido la viva prueba en la Comunitat. El 'cartel africano' de los Puig/Adell-Bover ha sido el caso más chusquero. Ni en 'La escopeta nacional' logran una trama de tanto surrealismo. «Voy a buscar un artista guineano, le hago cantar en valenciano y pido una subvención», es la magistral frase de Juan Adell a Francis Puig revelada hace unos días en una información para enmarcar de los compañeros Esteban y Ferriol. 'Todo por la pasta', como la película. Es el ejemplo más burdo de una época que cada vez se parece más al Siglo de Oro de las letras españolas y a su afamada novela picaresca. Pero los lazarillos de este tiempo no sisan canteros de pan, sino que se apropian de vacunas.

«No vamos a dimitir». Y además lo hacen a plena luz del día. Sin atisbo de arrepentimiento ni sentimiento de culpa. El segundo episodio de picaresca de la semana es el protagonizado por los alcaldes de El Verger, Els Poblets o Rafelbunyol. Con las narices de vacunarse cuando no les tocaba «porque sobraban dosis y se iban a estropear». ¿Y por qué no programaron que se la pusiera Josep el barrendero, mucho más expuesto a los contagios diarios trabajando en plena calle? ¿O por qué no avisaron a la tía Paquita, la señora mayor del barrio que aún está esperando que llegue el turno de los ancianos de a pie, sin que Sanidad comunique todavía cuándo ni cite a nadie, para desesperación también de la comunidad de sanitarios? O a alguno de las decenas de miles de mayores que no han podido aún ser vacunados en geriátricos que están asediados por el Covid y que aguardan también su dosis.

Pero no. Esos alcaldes se vacunan antes y hasta van de víctimas. De «me lo dijo el médico» y yo hice caso. «No vamos a dimitir, si hubiéramos prevaricado o cometido un delito, sí». Faltaría más. Y ahí siguen. En la poltrona. Al menos su partido (PSPV), tras resistirse a tomar medidas, les suspende de militancia por la presión pública y les apreta a hacer lo que cualquier ciudadano entendería: actuar con la responsabilidad que se presupone a un servidor público.

El artista Galiana. Toma dos. Que tiene madera de actor lo demostró al enfundarse una mascarilla, gesticular e incluso poner rictus anglófilo para disimular mientras era doblado en inglés por un traductor al defender ante toda Europa la candidatura de Valencia a Capital de la Innovación. A innovar desde luego no le gana nadie a Carlos Galiana. Aunque en su día a día al frente de la concejalía de Fiestas, en la que no lleva ni un año, parece querer seguir con viejas costumbres de la clase política. En menos de 12 meses, hasta 105 contratos ha adjudicado el edil a dedo. Por nada menos que más de 400.00 euros. El premio gordo se lo ha llevaod un miembro de Compromís con un 'botín' de 64.000 euros en tres años en contratos del Ayuntamiento de Valencia. Pero luego, las camisetas de corruptelas y denuncias, son para otros...

Y en la calle... Mientras tanto, uno pasea por el barrio y ve como Mau, el dueño del bar chino de abajo, piensa si despedirá a la cocinera española de toda la vida poque ahora tiene que cerrar a las cinco. Miguel, el chaval que montó una pequeña panadería con su novia, baja la persiana por última vez y para siempre. Alberto se levanta cada día a las siete para trabajar en Alicante porque su empresa cerró en Albal. «No llego a fin de mes...». Y mientras, en las tribunas, otros buscan excusas chuscas para sacar ventaja con todo lo que puedan.