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Depositar las nalgas sobre el banquillos equivale a recibir un chute de ese suero de la verdad que te impulsa a confesiones sin necesidad de torturas escalofriantes. En el banquillo la vida, gracias a la proximidad de los barrotes, se ve de otra manera. Los ... códigos de silencio tan de genuino cine negro a lo Jean Pierre Melville (no me confundan, por favor, el verdadero género negro con la repetitiva tabarra de los 'thrillers'), con ese honor entre la canalla que les impide abrir los labios, sirven para las ficciones que nos emocionan. Cuando la gris y cruel realidad la gente canta, canta a pleno pulmón.
Con el caso Alquería observamos que el concierto de voces inicia su ascenso. Que si uno decía que le había colocado su amigo Ximo Puig, que si otro comentaba que el cargo se lo había proporcionado Mónica Oltra... Se ignora si esto es cierto o no, pero es lo que se escucha allá en la sala frente al juez. En cualquier caso, enchufar, aquí enchufan y han enchufado todos porque con la cantidad de cargos que pululan por ahí, nada mejor que posicionar a los fieles colegas para que disfruten de un sueldo a cambio de escaso esfuerzo. Lo malo es que presumían. ¿Y por qué esa necesidad exhibicionista? Pues porque de esa manera avisaban a los otros compañeros de su blindaje gracias a un primo de Zumosol. En el peculiar universo enchufista, entre enchufados, miden sus fuerzas, y estas se cimentan en la calidad del que les ha enchufado. Es decir, un enchufado por Ximo Puig siempre rezuma más fuerza que el enchufado por un conseller o, ni les cuento, por un simple secretario autonómico. Entre los enchufados, aunque sean del mismo bando, se vigilan y brotan los celos por cuestiones de horarios, de despachos, de móviles concedidos y de faenas ingratas. Pero lo peor de los enchufados es que se chivan cuando corren peligro. Qué bochorno.
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