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Urgente Aemet prevé varios días consecutivos con probabilidad de lluvia en la Comunitat

La mayor parte de las historias que envuelven nuestras vidas pasa de largo, lluvia fina que moja y no cala, pero de tanto en tanto surge alguna que te impacta de forma insospechada, derriba el muro de la irrelevancia y anida ya a perpetuidad en el subconsciente. Lo recuerdo sentado al fondo de la clase, en aquel viejo aulario frente al mar, parapetado siempre bajo una mueca de medio lado tan ambigua que no llegabas a descifrar si era esbozo de sonrisa o máscara para la tristeza. Jamás pudimos etiquetarlo como listo o torpe porque en muy contados momentos despegaba los labios. Conocíamos poco más que su apellido, secundado por la risilla colectiva cuando el profesor de turno lo verbalizaba para dirigir alguna pregunta hacia el pupitre donde estaba atrincherado, allá por la última fila, la reservada a las balas perdidas. Rara vez llegaba respuesta, a lo sumo acentuaba el ladeo que vestía de insolencia su rictus. Sólo algún tiempo después desentrañamos el enigma oculto bajo aquel gesto, al saber por el boca a boca que un mal día decidió quitarse de en medio, saltar al vacío para volar más rápido que sus tribulaciones, amordazada al fin la voz en off de su conciencia. No reía, no; resistía. Entonces lo entendimos. El peor enemigo es el que no se ve, porque gira sádico el torno de su potro de tortura con la tranquilidad de que tu grito de dolor será mudo ante una sociedad demasiado ensimismada para prestarle oídos. Apatía, aislamiento, espíritu exánime, tentación de que todo acabe. Así funciona la depresión. Es ruin y saliva con el débil, el joven inerme frente a la perra vida, el viejo arrojado a la soledad; es camaleón y se ampara en la incredulidad que aún hoy generan las enfermedades mentales, la confusión por su oscura sintomatología, el abuso de quien la usó para vivir del cuento. Nuestro hábito de acuñar días mundiales nos llevó el lunes a mirar a los ojos del mal invisible. No lo perdamos de vista el resto del año.

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lasprovincias El enemigo invisible