![El error de parecer otro conseller](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202005/24/media/cortadas/puig-articulo-knFG-U1102870123040uF-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Muchas organizaciones y colectivos saldrán de la pandemia de manera muy distinta a como entraron. Se va a proceder a una reconfiguración importante, estructural, de distintos nichos, mercados y sectores. Toda la palabrería de que las personas seremos distintas a partir de ahora, mejorando nuestro comportamiento como individuos sociales, seguramente sea banal, pasajera. Sin embargo, el statu quo se va a romper en muchos campos. Veremos un reequilibrio de fuerzas. Desde luego en el mundo de la prensa y los medios de comunicación, por citar un caso. Pero los ejemplos resultarán numerosos. Empezando por Pedro Sánchez y siguiendo por Joan Ribó del que se ha instalado de manera definitiva una imagen de alcalde prejubilado o, como poco, sometido a un erte voluntario. A Ribó se le adivina dentro de un circulo vicioso. Las ganas se le escapan a chorros, el coronavirus ha sido la gota que ha colmado el vaso de su falta de energía, no es un tema de edad sino de costumbre, entrenamiento y dedicación. Ribó ha tenido que reaparecer y aparentar algo de iniciativa para no acrecentar la percepción de su escapismo, pero los tres años que le quedan en el sillón municipal se le van a hacer largos y pesados. La ciudad necesita más horas de las que el alcalde está dispuesto a entregar. Pero no puede irse, no le dejarán. No puede nombrar a Campillo o Galiana como sustituto eventual porque luego no encabezarán el cartel electoral. Los dos que podrían sustituirle, Oltra o Morera, tienen que esperar a la convocatoria de las urnas. En resumen, Ribó está encerrado en una jaula que le disgusta sin poder hacer nada más que dejar pasar el tiempo, acurrucado y estático.
La suerte y el sentido de la oportunidad provocarán muchos cambios y reequilibrios de fuerzas. Se observa hasta en el mundo de la patronal valenciana, donde se está produciendo una inversión de papeles entre AVE y la CEV cada vez más evidente. No es extraño porque la economía lo va a acaparar casi todo a partir de septiembre. Seis millones de parados, una caída mínima del PIB del 10%, varias decenas de miles de pymes y autónomos desaparecidos, un tercio de los trabajadores en ertes, Bruselas avisando de que España lo pasará peor que nadie, año perdido en el turismo, la demanda interna detenida, el comercio muy tocado, las exportaciones en el aire, los polígonos donde se agrupan las empresas de 20/30 trabajadores sin certidumbres, falta de liquidez... en fin, pendientes de la Unión Europea y de las ayudas que puedan venir como si fuera la única vacuna que nos salvará del caos. El problema es que el gobierno de España carece en estos momentos de credibilidad exterior. España no será un país creíble mientras Pablo Iglesias sea vicepresidente del consejo de ministros. Mientras más tarde salga Podemos del gobierno, más tarde llegará la recuperación, porque los socios europeos no van a fiarse de un estado que presume de tener 22 ministerios, el mayor déficit presupuestario de la Unión, de derogar la reforma laboral, o de alardear de que la administración ya paga más nóminas que las empresas (21 millones frente a 15).
Dirige el país un grupo de gente que no ha trabajado nunca en la economía real, que no sabe lo que es tener o no dinero en la caja para pagar a los proveedores o a la plantilla. Gente que entraba en la facultad y veía al bedel, a los compañeros, a los nuevos estudiantes, todos en su sitio, las luces encendidas y la calefacción puesta, los viajes e invitaciones diversas de otras universidades y otros colegas, veía su nómina todos los meses a tiempo en la cuenta del banco, y creían que aquello venía solo, era automático, fácil, porque todos los gastos los cubría el Estado sin necesidad de preocuparse por los ingresos. Dirige el país gente que cree que es mejor tener a los españoles subvencionados, atrapados y dependientes del poder político que libres y con empleos competitivos. Esto, en efecto, nos aleja de la referencia europea y nos acerca al fallido populismo latinoamericano; faltaría para completar el cuadro el control judicial y la mordaza a los medios de comunicación, donde también se han visto ya indicios preocupantes durante estos meses.
Un escenario altamente convulso, donde aparte del bienestar nos jugamos lo que queremos ser, nuestro modelo de sistema político. Y en medio de todo esto se ha producido un balanceamiento crítico de los agentes empresariales. La patronal clásica, la CEV, dirigida por Salvador Navarro, ha cambiado su papel natural para parecerse a un grupo de presión. Navarro se siente más cómodo en el trabajo de despachos, almuerzos y pasillos, discreto, sin voces, argumentando y convenciendo, para influir en los cambios legales. De ahí que se ponga la medalla de ciertos logros, como las mejoradas condiciones de los créditos del IVF o que Manises finalmente haya vuelto a acoger vuelos de turistas extranjeros. El método de relación de Navarro con los gobernantes es: discrepancia en privado, apoyo o neutralidad en público. Incluso cuando critica a Oltra por la ampliación del Puerto o el futuro del turismo apenas dispara una bala y apuntando fuera. Es un estilo que tiene sus ventajas si uno aspira a ser el interlocutor de un lobby que busca unos resultados específicos, mejoras para sus representados, pero te impide proyectar el liderazgo social de un colectivo en el espacio público. Puede ser eficiente, o no, pero carece de potencia. Dejas de ser un actor relevante en el debate social porque parecerás un subordinado del poder político, que no sabe mostrar discrepancias, que no se diferencia del gobierno de turno, que eres una especie de conseller independiente para sostener a la fuerza dominante en la Generalitat, la que toque en cada momento. O sea, el mal histórico de la patronal valenciana. Paradójicamente, AVE, el club de los grandes empresarios, el ente de Juan Roig y Vicente Boluda, ha visto la jugada, recorriendo el camino inverso a la CEV. Justo en sentido contrario. Exacerbando las críticas a Sánchez, con altavoz, siendo más exigente con los gobernantes locales y autonómicos y ciñendo su radio de protección y confianza a Ximo Puig, exclusivamente al presidente de la Generalitat, pero a nadie más de la Generalitat. Una sutileza llena de profundidades.
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