El espíritu de Mourinho
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Cuando el golpe bajo es la distancia más corta entre dos puntosChisporroteaba el neón de la Castellana, cortocircuitado por la insólita inercia ganadora del eterno rival y el movimiento hagiográfico en torno a su líder, un joven técnico sin aparente flanco débil. Perdida la batalla deportiva, también la propagandística, el dueño de este Monopoly llamado fútbol se vio en la necesidad de reclutar a un broncas capaz de abrir brechas en el aura de blancura virginal que envolvía al artífice de su pesadilla. El antihéroe se puso manos a la obra y tomó la piqueta. Con su fado gestó una corriente de opinión, invocó fantasmas, fabricó enemigos, enardeció a la masa resignada ante el statu quo, instauró una Stasi protectora del 'conmigo o contra mí' y generó tal ambiente bélico que cuando hundió su índice en el ojo del prójimo la grey le respondió con una gran pancarta como prueba de lealtad: 'Tu dedo nos señala el camino'. Ganó poco, pero cumplió con creces el encargo: su némesis tomó desquiciado las de Villadiego y el Lord Sith devolvió así el equilibrio a la fuerza. Extrapolemos la situación al pan nuestro de cada día. Del 4-M podemos quedarnos con dos triunfos, el del tornado Ayuso en las urnas o el de la antipolítica, asentada en el principio de que el golpe bajo es siempre la distancia más corta entre dos puntos. Atrapados en un episodio crítico de la historia, regalamos nuestra agenda a quienes obtienen mayor rédito removiendo el pasado que sembrando el futuro. En lugar de contrastar propuestas para sortear el abismo laboral y social que aguarda tras la pandemia, acabamos hablando de lo que a los marrulleros les interesaba: de fascismos, balas envueltas en cartas y debates boicoteados; del precipitado 'no pasarán' ante el desvarío de un pobre enfermo; de cordones sanitarios y los insultos de última hora del presidente del CIS a la candidata incómoda y sus prosélitos; de si condeno yo o condenas tú; de Primo de Rivera y Pasionaria como artistas invitados en los grupos de WhatsApp. Ahorrémonos las campañas. Cada vez más los partidos asemejan a su votante con el fiel hincha futbolístico que no requiere seducción programática; basta con aguijonearlo, que él ya sabe cuál es su camiseta y sólo le importará que salga victoriosa. A ese nivel llega el desprecio político hacia la inteligencia colectiva. Confiemos al menos en la física. También en la vida todo cae por su peso. Si Mourinho encadena tumbos -ayer Londres, hoy Roma- mientras Guardiola juega otra final de la Champions, nada nos impide soñar con que los agitadores y quienes medran a su rebufo salgan de nuestra órbita. La capacidad para retomar el oremus dirá si las elecciones madrileñas, umbral del camino a la Moncloa, han sido otra mancha o uno de los capítulos más clarificadores de la democracia.
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