
HA LLEGADO LA HORA DE CERRAR LA CANTINA
LA CANTINA ·
He dedicado gran parte de mi vida a defender los deportes pequeños y a enseñar a los que venían detrás, como hicieron conmigoSecciones
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LA CANTINA ·
He dedicado gran parte de mi vida a defender los deportes pequeños y a enseñar a los que venían detrás, como hicieron conmigoAbro la cantina por última vez. Así que pasen y lean, que esta corre de mi cuenta. Me mandan cerrar, pero yo me he atrincherado aquí porque antes quiero despedirme. Desde mi rincón predilecto del periódico; desde esta barra donde me hice fuerte para frenar la invasión del fútbol, que todo lo contamina. Aquí, como en mi vida, tuvieron preferencia los otros deportes, los de los desatendidos, los de los raros.
A ellos, me doy cuenta ahora, consagré un buen cacho de mi vida.
No me dejan cumplir 27 años en el periódico, pero me dejaron otros 26 magníficos, plenos, vibrantes. Y estoy agradecido por ello. Desde aquel día de febrero del 93 en el que mi hermano Juanma Doménech, una persona providencial en mi vida, me llamó para ver si quería hacer vestuarios de un Pamesa-Real Madrid. Jamás olvidaré ese día. Ni el del partido, del que salí airoso de milagro. Aquello dio pie a nuevas colaboraciones. No tan rutilantes. Partidos de fútbol de Preferente en campos de mala muerte a los que acudía con tanta ilusión como resaca. Después buscaba una cabina de teléfono y trataba de deslumbrar al lector, pero en realidad a los jefes, con tres renglones patéticos.
Y llegó el verano. Mis primeras prácticas en un periódico. El primer día aparecí sin dormir. Pero volví a salir airoso. Era muy joven, muy alto y muy flaco. Melena, pendiente y pantalones por los tobillos. El Gran Fondo de Siete Aguas, el Trofeo Naranja y las partidas de pilota. Al blau!
Ya no salí de allí. Tenía tantas ganas que me dejaron seguir en aquel transatlántico que gobernaba Vicente Furió y donde viajaban las mejores noticias. Fueron los años de escuchar y leer mucho. Aprender en meses lo que no me enseñó la facultad en años. Chimo Ballesta, Luis Furió, Jorge Aguadé, mi amigo Valldecabres... Todos tuvieron la paciencia del maestro y el humor del compañero.
Pasaron los años y vinieron los primeros viajes. Holanda, Ecuador, Argentina, Irlanda... Y, al fin, tras años de entrega, mi primer contrato. Había costado conseguirlo. Y el día que llegué para firmarlo, bien peinado, bien vestido, que ya iba a ser redactor en vez de colaborador, la dirección saltó por los aires. Menos mal que Vicente Furió defendió el compromiso y acabé entrando en la plantilla. Buen sueldo, pagas extras y cesta de Navidad.
En unos años llegó mi primer Mundial de atletismo. El sueño de mi vida. Iba a escribir para todos los periódicos del grupo Vocento y ya tenía los billetes en casa. Pero unos días antes de aquel viaje tan esperado, salí a correr, pisé una raíz y me reventé el tobillo. Me dio igual. No me lo iban a arrebatar. Cogí dos muletas y me marché a Helsinki. Creo que nunca trabajé tan feliz.
Todo parece ya tan lejano...
Tuve, además de los deportes chicos, otras pasiones. Una de ellas fue enseñarle a los becarios todo lo que estuviesen dispuestos a aprender. Antes mucho, ahora menos. Me esforcé por inculcarles el gusto por escribir bien, con ritmo, con precisión, con la audacia que se le presupone a un veinteañero. Y el valor de las historias humanas. O el poder del detalle. El honor de los deportes más desconocidos, pero también más generosos. Y no ha habido paga extra que me colmara como el abrazo de uno de aquellos jóvenes agradecidos años después. Por eso me enternece la gratitud de Alberto, de Tonico, de Lulú, de Villena, de Moisés, que lucha por seguir defendiendo a los pequeños con un fervor que me resulta familiar.
Apuren sus tragos, que esto se acaba.
Última ronda.
Llegó la crisis. La mundial y la del periodismo, que ha convertido el mejor oficio del mundo en un páramo. Fueron cayendo los compañeros. Se fueron yendo los maestros. Fue sobrando espacio y faltando afecto.
Y llegó mi turno. Apenas unos días después de morir mi padre. Hubo quien se apresuró en darme el pésame. Hubo también quien no lo hizo. Hubo quien dio la cara en mi despido. Hubo quien no lo hizo.
No importa. Me voy sin rencor. De la mano de María, de Fredi, de Álvaro, de Osiris, de Javier. Con la bilis en su sitio. La cara bien alta. Viendo a compañeros con la mirada perdida, con los ojos llorosos, con el corazón encogido. Gracias.
¡Vayan saliendo! Que cierra la cantina. Yo ya he cumplido, Pedro. Perdón por mi mal genio. 4.373 caracteres. A ver cómo lo haces para conseguir meter una foto en este embrollo. Déjalo en manos de Txema, que lo hará con cariño. Yo ya he salido airoso. Aunque no ha sido fácil.
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