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Fiestas de comprar

Arsénico por diversión ·

Cada cual que celebre lo que quiera pero merece más la fe o el sentimiento que el vulgar consumo

María José Pou

Valencia

Lunes, 19 de noviembre 2018, 10:39

Hubo un tiempo en que eran sagrados los domingos y las fiestas de guardar. Eran días de espiritualidad, recogimiento y piedad. Hoy, sin embargo, hemos cambiado las fiestas de guardar por las fiestas de comprar: en domingo y en días señalados. Igual que la piedad pero volcada en la cartera. No hay mejor metáfora para mostrar la adoración al becerro de oro. Era esto y no escenas catastrofistas bíblicas con decorados de cartón piedra.

El calendario «litúrgico» de las fiestas de comprar incluye temporadas fuertes, como la Navidad o las rebajas, y otras, de tiempo ordinario. Y, entre unas y otras, días festivos en los que debemos honrar al poderoso caballero don dinero. Sin ir más lejos, el Black Friday, el Cyber Monday y los Ocho Días de Oro. Son las nuevas fiestas de guardar pero en lugar de guardar respetuoso silencio y modesta actividad pública, guardamos tickets de compra y folletos de ofertas.

El frenesí comprador alcanza su máxima expansión cuando los Ocho días de oro hace tiempo que dejaron de ser una semana y se convirtieron en quincena y el Black Friday dejó de ser un día y terminó por prolongarse un mes. Porque en esas estamos. Hace semanas que nos anuncian la fecha de compra prenavideña, de origen norteamericano, que nació porque noviembre era un mes malo para la cuenta de resultados de los comercios. Así, con la excusa de comprar antes de la subida de precios que explota en el puente de diciembre, nos animan a hacer acopio ya de alimentos y regalos. Lo curioso no es tanto el truco que nos enseña tabletas de turrón junto a melones de agosto -ni siquiera que caigamos en él, como si no supiéramos lo que pretenden- sino la cantidad de gente que reniega de otras fechas como el Día de la Madre o el Día del Padre porque son inventos de los grandes almacenes para hacernos gastar y, sin embargo, se pirran por el Black Friday. Entiendo que ambas fechas tienen un origen similar, relacionado con estrategias de marketing para que compremos pero, aún así, el Día de la Madre tiene un elemento diferenciador respecto al Black Friday. En ese caso, se pueden ignorar los cantos de sirena de las tiendas y regalar a la madre algo propio, algo manufacturado, algo hecho con cariño y sin grandes dispendios. El objetivo puede no ser la mera compra sino el gesto. Incluso, con cierta extrapolación, podemos hacer lo propio en San Valentín. En cambio en el Black Friday o en esa fiesta recién inventada del Día del Soltero, no es fácil buscar el lado espiritual y afectivo sin caer en la compra compulsiva. Esas fechas no tienen sentido sin el consumo. Por eso se prolongan durante un mes como estamos viendo cuando nos ofrecen hasta una cuenta atrás antes de la fecha. Del mes de María, hemos pasado al mes de la Visa. Cada cual que celebre lo que quiera, pero hay que reconocer que puestos a adorar y celebrar un día, merece más la pena la fe o el sentimiento que el vulgar consumo.

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