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FLORES PARA RAMÓN LEONARTE

Llama la atención el silencio que envuelve la figura del expresidente del Valencia

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 28 de octubre 2019, 10:49

Pocas señales ilustran mejor la importancia del Valencia desde el punto de vista sentimental que los múltiples escudos esculpidos en las lápidas del Cementerio Municipal. Allá, muy cerca de donde la urbe moja sus barbas (es un decir) en el Plan Sur, los símbolos futbolísticos jalonan cada pocos pasos las sepulturas, conformando, como lo hacían los signos masónicos, una comunidad con cientos de integrantes que no entiende de clases sociales ni ideologías y que muestra, orgullosa, su denominador común: la pasión por el Valencia. Una estima plasmada para la eternidad que es, en definitiva, una suerte de derivación del tópico literario del amor vencedor de la muerte que aprendimos de niños con el Romancero.

El paseo por el que el bibliófilo y escritor Rafael Solaz gusta de denominar Museo del Silencio resulta sobrecogedor. Impresiona saberse caminante solitario entre los miles de recordatorios y fotografías de los que allí moran. Como también dejarse atrapar por la historia al contemplar los impresionantes túmulos de los notables de la ciudad o los imponentes monumentos que recuerdan, por ejemplo, a los fallecidos por las epidemias de cólera a finales del XIX. O acercarse al Civil y observar las tumbas de los Blasco, Azzati, Llombart y demás librepensadores que descansaron durante años separados por un muro de sus vecinos de reposo. La visita es, además, muy interesante para el amante de la historia entendida desde un punto de vista menos académico y más popular. No lejos de la zona monumental en la que se erige, por ejemplo, la estatua dedicada al malogrado torero Manuel Granero, el paseante se topa, de repente, con la inscripción, medio borrada por las inclemencias de nueve décadas, que cita el lugar donde se hallan los restos del coronel José de León, uno de los pioneros de la actividad futbolística en Valencia. Entre el amplio panteón de los ilustres del valencianismo, desperdigado a lo largo y ancho del camposanto, uno encuentra de todo.

La sencillez del enterramiento de Octavio Milego, sepultado junto a su esposa sin más timbre que sus apellidos y unos sobrios símbolos cristianos; el recoleto panteón familiar de los Medina, que desprende espiritualidad; la alargada lápida de Vicente Peris, adornada con el escudo del Valencia, la imagen de la Virgen de los Desamparados y el semblante risueño del gran gerente; la bufanda que se descubre en la tumba de Luis Manuel Ferri, el gran Nino Bravo, abrazada a la cruz; la sucia losa que cubre a los miembros de la Asociación de la Prensa, entre ellos los cronistas deportivos Manolo David y Vicente Lozar, prematuramente fallecidos; el mármol que anuncia el intenso valencianismo de otro periodista simpar, José Manuel Hernández Perpiñá; la discreta tumba, situada en un extremo del cementerio, de Luis Colina.

A unos pasos de esta última, apenas llama la atención la desnuda sepultura de Ramón Leonarte Ribera, presidente del Valencia a comienzos de los años veinte y, cito palabras de Jaime Hernández Perpiñá, nombre fundamental en la historia del club. La sobriedad del enterramiento es espartana, lo que sorprende dada la dimensión pública del personaje. Al contemplarla recuerdo instantáneamente la parquedad de referencias a Leonarte que arroja la historiografía del Valencia. Siempre me llamó la atención que, a pesar de haber fallecido durante la temporada de las Bodas de Oro, no mereciera un recuerdo en los libros publicados en 1969 y 1974, a diferencia de su coetáneo (también muerto ese año) Francisco Sinisterra. Como tampoco algún artículo necrológico en la prensa generalista de la época.

La importancia de Leonarte va más allá de su condición de presidente del Valencia, cargo que desempeñó entre 1922 y 1924, durante el cual el equipo ganó su primer campeonato regional y jugó su primera eliminatoria de Copa y el club adquirió los terrenos de Mestalla y edificó el estadio. Como destacado integrante del primitivo Valencia de comienzos de siglo, don Ramón supone el más firme nexo de unión entre los dos clubes del mismo nombre que lograron capitalizar la afición futbolística en la ciudad. Fue, además, presidente de la Federación Valenciana a comienzos de los años veinte y cofundador y presidente del Colegio Regional de Árbitros en diversas ocasiones. Por todo ello, el próximo viernes merecería que el fútbol valenciano depositara un ramo de flores en su tumba.

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