Como atraído por los recuerdos, acude el bulevar de los sueños rotos a quebrar la voz de Sabina en mi playlist. Cosas del azar, pienso ante el maridaje ideal entre el himno nostálgico y esa recta que de nuevo se extiende frente a la mirada, ... perfumada por el mar tan próximo y la polución de otro lunes de batalla. Sobre la costra de asfalto pervive la parrilla de salida, y si cierro los ojos aún veo a Nakajima sacando de la pista la bala amarilla de Alonso. Hoy igual que entonces todo alrededor son coches, sólo que aparcados en batería, mientras el gruñido de los cláxones compite con el arrullo de las palomas en busca de alimento hasta que algún vuelo blanco de gaviota las obligue a ahuecar el ala. Trota un tipo con desgana, y a su lado un podenco pasea a su dueño. Condensan entre todos la paradoja atrapada en ese entorno calmo en el que se corría y ya no se puede correr, corazón de una ciudad que dejó de volar. A escasos metros, tráfico denso de almuerzos en la terraza de Nueva Casa Calabuig, donde dos colosos con rostro y acento de estibador hablan de la Eurocopa. Todo en orden. Vuelve a la carga Sabina. Anuncia ahora el display 'Calle Melancolía', otra vez el azar, y al calor de los versos viaja la memoria en busca de viejas chimeneas y vómitos de humo. Por el tono sepia deben de ser los ochenta. Dos mocosos recorren en bici Doctor Marcos Sopena, cruzan la aduana y se pierden entre una jungla de contenedores y escolleras, intrusos en tierra inhóspita dominada por el sonido de las grúas, y a sus espaldas un muro infinito, frontera con el Grao extranjero. Pero los tiempos de Maricastaña se evaporan sin dejar morriñas ante la cresta de l'Assut de l'Or troquelada en el horizonte. Goteo de bicicletas, patinadores, un guiri que reparte 'oqueis' a través de su móvil, otro hombre agarrado al carro de la compra, chavales con toalla al cuello y sed de playa... Vidas y muelles se entrelazan para evidenciar que nunca antes el puerto estuvo tan cerca de Valencia. Gulliver se ha integrado en Liliput, pero sigue siendo un gigante y amarrarlo al suelo sin evidencias científicas, por prejuicios atávicos, es una barrabasada. Un suicidio en términos económicos. Pasean los autobuses de Compromís el eslogan 'Respirar, l'Albufera, les platjes importen'. Imposible no estar de acuerdo, pero tendrán que rebatir con algo más que vinilos los informes que avalan esta ampliación norte de la que pende el liderazgo mediterráneo. Imagino a Miliki señalando a la hueste de Oltra el camino hacia el progreso al grito de «el mar, idiota, el mar». Se le adelanta Sabina. «Deja Mónica ya esa historia de mi mentira y tu verdad, no me cuentes tus memorias, que no las voy a comprar», canta el trovador, y desde ese momento flaquea mi fe en el azar.
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