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Cae el telón y los teléfonos de esta edición gourmet de 'Gran Hermano' comienzan a bullir. Aplauso o pancarta. La audiencia decide, pero el mero juicio público en sí ya encierra una condena. Si el ilustre señalado es culpable -aquí no vale con que el río suene-, llevamos medio camino hecho. Pero supongamos por un momento que sea inocente, que no haya un vínculo palmario entre Plácido Domingo y la execrable conducta que se le atribuye. ¿Cómo pensamos despojar entonces del sambenito a aquel a quien habremos arruinado lo que le quede de vida? ¿O la idea es que cargue con ello a perpetuidad sin una prueba en su contra ni una denuncia formal que vaya más allá de lo verbal y dé paso a un juicio justo, donde las supuestas víctimas acusen y el presunto acosador tenga la oportunidad de defenderse o quedar en evidencia, y en función de ello perdure en la memoria por el torrente de su voz o por el gallo final? El cáncer del machismo, muchas veces en su expresión más violenta y siempre agazapado bajo los rancios usos cotidianos imbricados en una sociedad incapaz de desprenderse de este mal atávico -esa mano tonta, aquel comentario vejatorio y supremacista-, nos consume por dentro, pero no hay otra medicina para combatirlo que la justicia. La auténtica, no la paralela que talla su banquillo en las redes sociales o la calle. Con la que arrecia, resulta higiénico mantener una fría distancia emocional ante cualquier personaje sombreado por la duda, pero respetando las fronteras que sólo una sentencia firme, unas pruebas irrefutables o un reconocimiento de culpa legitiman a atravesar. No es tibieza, sino prudencia. Procede ser cautos a la hora de estigmatizar a las personas, cargarnos de argumentos para ello, y este precepto deben protegerlo especialmente aquellos a quienes el púlpito del poder obliga a dar ejemplo. Como la vicepresidenta Oltra, partidaria de deshacer los lazos entre Domingo y Les Arts, ella que tan bien conoce los riesgos de prejuzgar y anticiparse a la labor del juez, cuando no suplantarlo. Terreno fangoso. Si el artista tiene las manos limpias, esto ya no lo arregla ni una reedición de lujo de la antología de los tres tenores.
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