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Pasé mi infancia esperando a Kempes. Al nuevo Kempes. Vi al Matador en directo pero no tengo conciencia de ello. Sólo en el Autocares Luz de fútbol sala. Mi devoción por Sempere lo eclipsó todo y sólo hubo ranuras para Felman, Idígoras o Arnesen. Yo era un tipo raro. Pero sí que recuerdo esperar cada verano al nuevo Kempes. Cada fichaje llegaba con el lastre de la comparación con el argentino. Le pasó a Welzl. Y a partir del austriaco de la lentilla a gente como Urruti, Wilmar Cabrera, Ciraolo... Incluso a tipos como Rommel Fernández y Aristizábal, ya más alejados de aquellos éxitos de principios de los ochenta, cargaron de reojo con la leyenda del de Bell Ville. Tan sólo Madjer tenía el currículum suficiente para no admitir comparaciones. Nadie llegó al nivel de Kempes. Ni de lejos. Por eso hasta alguno se planteó repescar al ídolo tras aquel partido homenaje ante el PSV organizado para mostrar a Romario.
Después de las dos Ligas y la Copa de la UEFA, el papel de ser Kempes lo asumió Rafa Benítez. Cada entrenador que ha llegado al banquillo de Mestalla ha cargado con la sombra del madrileño. Desde Ranieri a Marcelino. Y en menor medida aunque igual de alargada es la sombra de tipos como Cañizares, Ayala y Albelda. El valencianismo pensó que levantar títulos era una rutina cuando la historia casi centenaria ha demostrado que la celebración ha sido una excepción. La irrealidad del nuevo rico llevó al Valencia, acelerado por la torpeza de sus dirigentes, a darse de bruces contra la estructura hormigonada de un estadio ya viejo. El nuevo Mestalla se alza visible como símbolo de la ruina de un Valencia vendido en una vergonzosa subasta.
Durante todo ese tiempo los parroquianos se aburrieron con Quique, catalogaron de pobres las clasificaciones para la Champions de Emery y se impacientaron con Pellegrino y Djukic. Valverde, lo más parecido a los éxitos de Benítez, se largó al no vislumbrar horizonte. Y el pasado más reciente como guión berlanguiano. A Marcelino ya se le compara con Benítez. Por su filosofía. Por el objetivo de forjar el triunfo en el blindaje de la defensa. Por la necesidad de exprimir a cada jugador por encima de sus posibilidades. Este Valencia es el de Marcelino. Llega la hora de soltar lastre. De saborear el recuerdo sin necesidad de llevarlo siempre a un presente quince años después. El Valencia sólo tendrá un nuevo tiempo en el momento en el que en su camino pese más el futuro que el pasado. Dejen pista libre para Marcelino y que la impaciencia no sea compañero de un viaje que debe cubrir las etapas desde abajo. El fracaso es el primer paso para llegar antes al éxito. Para eso hay que dejar respirar.
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