Podía haber sido por los cinco millones de muertos en el mundo, el millón y medio de Europa, los 88.000 de España o los ocho mil de la Comunitat que engrosan el parte de guerra. Podía haber sido por los ancianos encerrados, vacíos de ... abrazos durante meses y meses, atrapados entre dos virus que se retroalimentan, el sanitario y el de la soledad; agostados ante la televisión quienes viven en casa, encarados de tanto en tanto a una verja para ver a sus familias los de las residencias, sin contacto ni esperanza aunque con el consuelo al menos de escapar por un instante del campo visual de la parca. Podía haber sido por la sima económica que nos engulle y sojuzga a la generación del futuro, enraizada en dos crisis, obligada a girar la cara hacia la Guerra Civil en busca de referencias de una recesión tan bestial. Si ya les iba a costar vivir como sus padres, deberán ahora reeditar la milagrosa reconstrucción de sus abuelos. Podía haber sido por el secuestro de nuestras libertades, entregados al desgobierno y obligados a justificar cada bocanada de aire.Podía haber sido por el déficit educativo que algún día pasará factura a la camada del aprobado general, a los universitarios que se han ventilado media carrera en pijama o a los niños sin niñez, privados de la socialización que pule el carácter. Podía haber sido por huir de una vez por todas de este asqueroso laberinto donde cada pasillo bajo una letra del alfabeto griego conduce a las fauces del minotauro. O simplemente podía haber sido por el miedo a que la caída libre no tenga fin, fresco aún el recuerdo de aquella incertidumbre inicial que laceraba el espíritu mientras la gente se nos moría resignada como el animal acude al matadero. Podía haber sido por cualquiera de estas razones, o por tantas otras igual de acuciantes, y habríamos regresado del frente fortalecidos. Pero no, la única zanahoria que ha hecho salir de su madriguera a miles de valencianos en busca de la vacuna, negacionistas la mayoría, insolidarios todos, es la imposición de un salvoconducto para ir al bar o tomar carretera y manta, demostrando que no les importa tanto la salud propia y ajena como soplar el matasuegras en Nochevieja o volver a arrastrar una maleta. Claro que urge recuperar nuestra forma de vida, romper el tarro de formol en que nos encerró el virus, pero es inmoral ver en ello argumento suficiente para inmunizarse después de haber rechazado todos los demás. El pasaporte Covid nos desnuda. Admitía Gandalf su desconcierto ante los hobbits. «Puedes aprender todo lo que se refiere a sus costumbres y modos en un mes, y después de cien años aún te sorprenderán». Pues los hombres ni te cuento. Lo de dejarse corromper por el anillo único fue sólo el principio.
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