Cuando quieres comenzar y culminar un proyecto, ya sea de vida, empresarial o de gobierno, alcanzar los objetivos que te propones depende, en gran medida, del liderazgo que puedas desarrollar e incardinar en cada una de las actividades que realizas.
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En nuestras vidas y en nuestra sociedad hay muchos líderes anónimos que forjan en su trabajo, relaciones sociales y vida personal un liderazgo que les conduce a la felicidad porque han sido capaces de conseguir la autorrealización o la excelencia y, por lo tanto, de alcanzar eso que llamamos éxito. Sin embargo, al mismo tiempo, contemplamos otros personajes que pretenden ofrecernos un carisma atractivo y seductor pero que, en realidad, no deja de ser una imagen aparente, estereotipada, carente de cualquier valor intrínseco propio de un verdadero liderazgo, porque sus hechos y sus acciones destapan la máscara de la farsa, el histrionismo y el ademán retorcido de la hipocresía.
Construir un liderazgo requiere tesón y sacrificio. Para alcanzarlo, no solo hay que tener aptitudes, también se precisa actitud personal que es una fórmula de aprendizaje continuo que te permite mejorar las relaciones con las personas de tu entorno familiar, social o laboral. El liderazgo puede nacer en uno mismo, pero se hace y se consolida a lo largo de toda una vida.
Estamos acostumbrados a asociar el liderazgo con la política y el poder, y precisamente es, en estos campos, donde más se adolece de él; constituye un bien escaso que deberíamos proteger y promocionar con nuestro voto. ¿Y qué causa esta ausencia de liderazgo? Simplemente se produce porque hay un número significativo de políticos que parten de una idea equivocada, ya que, desde su posición de poder, pretenden gestionar y controlar la vida de las personas. Y ahí está el gran error de concepto que se comete, porque la gestión se realiza sobre las cosas, pero el liderazgo se ejerce sobre las personas. Al final, el objetivo puede ser el mismo, influir sobre el individuo para captar su atención y dirigir su mirada hacia un lugar determinado, pero mientras que el líder lo realiza desde los valores, el ejemplo, la convicción y el compromiso, el maquiavelismo se vale de la manipulación en la información, de la tergiversación de la verdad, de la apariencia y la frivolidad.
Nadie puede alcanzar el liderazgo por sí mismo, porque constituye un don que otras personas te otorgan y te ofrecen y que, en este espacio de confianza, deciden viajar a tu lado y acompañarte para acometer y ejecutar un gran proyecto. Por mucha ostentación que despliegues para intentar ser el ombligo del mundo, por mucho derroche de medios que impongas a tu alrededor para sobrevolar, por mucha propaganda que realices para aparentar inteligencia y genialidad para estar por encima de todos, por mucho que pienses que eres el mejor y el mas agraciado, nunca serás un líder si tus valores y ejemplaridad no son reconocidos por la mayoría de tus conciudadanos.
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Ahí tenemos a nuestro gran deportista Rafael Nadal que, sin duda, posee unas condiciones innatas para el liderazgo, pero que a lo largo de su vida profesional ha forjado una serie de valores que hacen de él una persona querida y admirada, no solo como tenista, sino también como ser humano único y universal.
Y si de valores se trata, difícilmente se puede llegar al liderazgo si no eres capaz de comportarte con humildad y sin arrogancia, si no eres respetuoso con la gente y con el adversario, si no te preocupas por las personas y les ayudas a conseguir sus metas, si no sabes escuchar y no intentas sentir las cosas como lo percibe tu contrincante, si no tienes la paciencia necesaria para mostrar dominio de ti mismo ante la adversidad, si no estás preparado para enfrentarte a los problemas con fortaleza, si no tienes la nobleza espiritual de intentar ser justo o si no estás libre de engaños y ardides en tu vida que muestren honradez y honestidad, y en definitiva, difícilmente puedes llegar al liderazgo si no tienes vocación de servicio que, en política, se llama vocación de servicio público.
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En este sentido, deberían tomar nota nuestros gobernantes y aprender de esta máxima cristiana que dice: «el que quiera ser el primero debe ser antes servidor de todos».
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