¿Qué es un rebelde? Un hombre que dice no». La primera frase de El hombre rebelde, el libro de Albert Camus contra el crimen ideológico, es una inspiración para recordar hoy, desde la emoción, el treinta aniversario de una tragedia que conmovió a la ... sociedad valenciana y dejó una huella indeleble: el asesinato del profesor Manuel Broseta.
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Aquel 15 de enero de 1992, ETA mató a un padre, a un abogado, a un catedrático, a un político enamorado de su tierra que, siempre que emprendía un largo viaje en coche, llenaba el depósito de gasolina al salir de casa para que el dinero se quedara en València. Un detalle revelador. Aquel miércoles de invierno, ETA mató a un hombre comprometido con la paz, la libertad y la convivencia. También nos mató un poco a cada uno de nosotros cuando, desde la cobardía más vil, dos de sus pistoleros dispararon en la nuca a un profesor que se encaminaba a clase para enseñar a sus alumnos de Derecho.
Todavía hoy es imposible cruzar Blasco Ibáñez sin evocar ese momento brutal; y sigue siendo imposible ver ese monolito erguido entre las facultades sin que regrese la eterna pregunta: Para qué tanto dolor.
Sin embargo, la sinrazón etarra no consiguió matar el recuerdo del profesor Broseta.
Hoy, desde la rebeldía democrática, desde la firmeza en los valores que representaba Manuel Broseta, estamos obligados a decir «no».
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«No» al olvido.
«No» a la injusticia.
«No» a la tergiversación.
Hace unos meses pude ver 'La línea invisible', la serie de Mariano Barroso que recrea los orígenes del terrorismo etarra. Uno de sus aciertos es la invitación a reflexionar sobre la capa humana, social y moral de aquella maquinaria de dolor inútil que, gracias al esfuerzo colectivo de los demócratas, conseguimos dejar atrás. Esa mirada humana muestra la trastienda de los etarras. De ese horror que acabó. Ya hemos celebrado el décimo aniversario del final de ETA. De su derrota por vías democráticas. Es un paso enorme. Pero es insuficiente.
El ejemplo de Manuel Broseta nos compromete a un triple ejercicio de justicia, memoria y verdad.
Justicia necesaria para las familias de las víctimas y para una sociedad decente. Memoria de esos 853 asesinatos, 3.500 atentados y más de 7.000 víctimas que nuestra democracia no puede olvidar. En algo fallamos cuando el 60 % de los jóvenes no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco. Y, por último, verdad. Porque nadie debería reescribir la Historia de lo que pasó ni vulnerar la dignidad de las víctimas y ahondar en el dolor de sus familias.
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Sin duda, hemos de mirar hacia adelante y fomentar la concordia. Pero sin equidistancias. Y sabiendo qué papel tuvo cada uno en esa línea invisible que nunca se debió cruzar, la de la violencia.
En estos tiempos de polarización política irresponsable y de tantos fanatismos -fanatismos de pensamiento, palabra, obra y omisión-, urge enarbolar el principal legado de Manuel Broseta: la convivencia. Convivir es ceder, pactar, abandonar maximalismos. Convivir obliga a querer entender al otro. Pero desde unas bases firmes, de rebeldía democrática, que en ocasiones nos obligan a decir «no». Sin embargo, con eso no basta. Nunca basta con el «no».
Recordemos la segunda frase del libro de Camus. Un hombre rebelde es también aquel «que dice sí, desde su primer movimiento». Digamos «sí» al espíritu de Broseta. Ese espíritu constructivo que ha forjado nuestra mejor versión colectiva. La que impulsó hace cuarenta años un Estatut d'Autonomia que respeta la diversidad de la Comunitat Valenciana. La que construyó una democracia española asentada en la libertad, la igualdad y la convivencia. La que nos hermana en una Europa unida, fraterna y en paz. Ése es el espíritu, eterno, del profesor Broseta. A ese legado digamos siempre «sí».
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