Las malas compañías
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¿De verdad vale la pena perpetuarse en el poder a este precio?No hace falta ser un virtuoso del astrolabio para concluir que los hermanos Pinzón -que eran unos marineros- antes de convertirse en parodia de Zori y Santos bajo la batuta de Mariano Ozores tuvieron mucho que ver en el éxito de Colón -que era otro ... marinero-. Ya podían pegarse franceses y británicos por la piedra de Rosetta, porque de poco iba a servirles de no aparecer por allí el empollón de Champollion para hacerla hablar. Si Armstrong y Aldrin hollaron la luna fue gracias a que Collins se quedó en el Apolo 11, garantizándose el sambenito de panoli para toda la vida. El oído se recrea en Mercury, pero 'Bohemian Rhapsody' sería menos sublime sin el solo de Brian May. La inmortalidad del Valencia de Benítez la cosieron los goles de Mista, y así es como la historia, sol y sombra, nos riega con infinitos ejemplos de secundarios de lujo esenciales para entender la hegemonía de un líder. Hitchcock y sus rubias. Quijote y Sancho. Batman y Alfred. Ramón y Cajal, que diría La Trinca. Mientras el jerarca avanza, su buen partenaire despeja el camino. Es fuelle si la combustión va lenta o freno cuando la moderación se impone; toma de tierra que susurra un «memento mori» a tiempo y fontanero presto a taponar las fugas de credibilidad. 'Sparring' en el boxeo, aguador sobre la bicicleta, Albelda para Baraja, un cinturón de seguridad anclado en la consciencia del interés común. Desde este prisma, sólo la desesperación por la falta de alternativas sensatas explica que Pedro Sánchez, a quien no se conoce fantasía más intensa que la de calentar el colchón de la Moncloa, haya elegido tan malas compañías para hacerle la cama. Tiene por escolta a un socio preferente que lo aboca al conflicto internacional y a un grupo de compinches en el extrarradio de la legalidad, tan crecidos en su chantaje como para forzarlo a proclamar sin caérsele la cara de vergüenza que cumplir normas y respetar sentencias son actos de venganza. ¿De verdad le vale la pena perpetuarse a este precio? El odio no forma parte de los valores constitucionales, en efecto presidente, pero sí la justicia. Rezan las reglas del juego que nos dimos entre todos cuando regresamos de la oscuridad, el contrato social del que hablaba Rousseau, que España no se vende en porciones y que nadie de nosotros coge atajos ante la ley. Buscar cobijo en el espíritu integrador de la Carta Magna para proteger a quienes la violentaron y ofrecer excarcelaciones sin arrepentimiento a cambio de votos equivale a decidir en medio de un partido que al fútbol se puede jugar con las manos para evitar que un equipo acabe con diez. Si no le viene bien la democracia, mejor váyase a hacer las Américas con Monedero. Son malos tiempos para los equilibristas.
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