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Malditos roedores

ROSEBUD ·

Antonio Badillo

Valencia

Lunes, 17 de febrero 2020, 08:21

El queso de la solidaridad rebosa de agujeros por los que se cuelan los ratones. En cuanto hundes la nariz más allá de la corteza conoces a alguien que jura haberlos visto remolonear al amparo de alguna de las grietas del sistema, el estómago caliente, la mente fría. Incluso si afilas la mirada tú mismo creerás vislumbrar los bigotillos. Les hablaría, como me hablaron a mí, de un tipo con carrera al que atribuyen especial habilidad para el rastreo de ayudas. «Se puede vivir muy bien de ellas», dicen que dijo a quienes se afanaban a su lado por regresar a la órbita de la sociedad en un curso de reinserción laboral. Gente informada, apuntaría del pájaro un alma de cántaro. Les hablaría también de una chica que apenas apareció por allí para saludar. Doce meses de prácticas remuneradas, dos bajas una tras otra y si te he visto no me acuerdo. Una mala racha, insistiría el alma de cántaro ante los escépticos que le mostraran su cuenta de Facebook y un pasado repleto de 'malas rachas' para defender que la casualidad no existe. Los pícaros son graciosos hasta que toca pedir la cuenta y este dúo de caraduras baila claqué sobre mi conciencia cuando pienso, por ejemplo, en las personas con daño cerebral obligadas a peregrinar en furgonetas durante horas ante la doble escasez de centros especializados y vehículos para su traslado. Todos hemos conocido a alguien en esta situación, en mi caso una niña encadenada a una silla de ruedas por un accidente en el umbral de la adolescencia, y la falta de dinero público que alivie su tormento hace aún más hiriente el abuso de otros, dejándonos impotentes como quien siente el agua filtrarse entre los dedos. En el corazón del bien madura el mal y hay un maldito momento en que la frontera entre ambos se diluye, rozándose como las yemas de los dedos de Dios y Adán bajo el cielo de la Capilla Sixtina. Por cada impostor que sube al arca de la solidaridad, alguien que de verdad lo necesita queda a la deriva. Siendo limitados los recursos asignados al rescate de personas, lo primero que deberíamos hacer es poner más trampas para ratones.

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