Ni Mata Hari, ni leches. La mayor espía del siglo XX y campeona del mundo de conciliación familiar fue Ursula Kuczynski. Nacida en Berlín en 1907, se casó con un joven arquitecto simpatizante del marxismo y, huyendo de las turbulencias de la Alemania de entreguerras, acabó yéndose a vivir a Shanghai. Tan lejos de casa, el matrimonio hizo amistad con un periodista también alemán, Richard Sorge, que resultó ser un espía soviético que les metió en su red de agentes. Ya tenían un hijo, pero eso no impidió que ella viajara a Moscú y se rebelara como una virtuosa en el uso de código Morse.
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Destinada a Manchuria, provincia china ocupada por Japón, plantó una antena bien alta en casa y demostró una capacidad como espía que asombró a la machista oficialidad de la futura KGB. Aquello le gustaba y ocultó estar embarazada, por si la despedían (viejos tiempos, mismo problemas). Sin embargo, los japoneses se dieron cuenta y el matrimonio tuvo que salir a escape con los chiquillos hacia Moscú, escapó milagrosamente de las purgas de Stalin y fue mandada a Suiza.
Es 1938 y en Europa se está liando parda. Con su marido y un colaborador, levantan una antena bien alta en su casa y colaboran con la resistencia germana frente a Hitler. Al tener pasaporte del Reich asume un riesgo triple si la deportan a la Alemania nazi: es miembro de la resistencia, comunista y judía.
Estalla la guerra, su matrimonio se rompe y ella se queda con los niños, de siete y dos años. Vamos, en plena crianza. Es entonces cuando conoce a un inglés, también divorciado, con el que se casa y obtiene la nacionalidad británica. Más allá de la conveniencia, el romance debió ser en serio porque tuvieron un hijo y estuvieron juntos hasta que él falleció... 57 años después.
Sin embargo, el trabajo por el que ha pasado a la Historia se produjo al llegar a Inglaterra, donde plantó una antena bien alta. Allí se encargó de un confidente que participaba con los americanos en el desarrollo de una nueva arma: la bomba atómica.
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Era 1943 y para conciliar la vida laboral y familiar, quedaba con el científico en el parque al que llevaba a los niños a jugar. Obtuvo cálculos, fórmulas y planos que fueron llevados ante Stalin, pero éste no hizo ni caso... hasta que los americanos lanzaron dos ojivas sobre Japón en 1945.
Para ese momento, Úrsula había tenido que salir huyendo con sus críos y su marido a Alemania del Este por motivos laborales, ya que el servicio secreto británico le pisaba los talones tras detener al físico soplón. Uno de sus hijos recuerda aquellos años: «Pensaba que mi madre no se enteraba de nada y que lo único que le gustaba era escuchar música en la radio, porque, cuando nos mudábamos, siempre mandaba poner en el tejado una antena bien alta».
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