Urgente El precio de la bombona de butano para esta semana tras el último cambio de tarifa

Fue un final de película, pero no de esas yanquis con beso de rosca y fondo orquestal, sino una genuina españolada de juerga que quita el sentido y olé. Aquel domingo optimista de otoño transmutó la Malvarrosa en Villar del Río. Llegaron buses solidarios de ... Alicante y Madrid. Pie a tierra no cabía un alma, mientras los balcones reventaban como si bajo el sol extemporáneo por su fulgor esperaran ver pasar a la mismísima Patrona. Había un manojo de pancartas. Y árboles de quita y pon. Y bailoteos folclóricos sobre la tarima que precedía a la explanada alfombrada de sillas de madera. Mientras los músicos de Pedralba, camiseta roja y sombrero de paja, tocaban 'Paquito el Chocolatero' estallaban las palmas, destinadas a jalear el espíritu colectivo como ya aguijoneaba los estómagos el olorcillo de la paella gigante que prometía un colosal fin de fiesta. Prestos a agitar el manzano no tardaron en aparecer una presidenta de Diputación y un conseller. Y aunque se fantaseó con la entrada triunfal de Antonio Gala o Manuel Vicent, no supo a poco la presencia del decano de Bellas Artes de la Politècnica para apadrinar la ceremonia en nombre de su joven artista. Porque ese día, embargado por la sensación de misión cumplida que vidriaba los ojos de Ciccio el napolitano al inaugurar el Nuevo Cinema Paradiso, el barrio castigado estrenaba su gran obra de arte, un enorme mural preñado de simbología contra la droga, además de abandonar la calle tras un año de lucha y depositar su confianza en los políticos. En el regreso a 1992 de la mano de la inflación tropecé con el recuerdo de aquel 27 de septiembre de fiesta y espejismo en mi Malvarrosa, y queriendo ver lo que queda del magno día ahora que la droga ha vuelto, si en verdad alguna vez se fue, regresé a las Casitas Rosa. Viejas sensaciones, el agrio olor de la miseria, la mirada que ronda inconsciente el indicador de la gasolina mientras el coche recorre a tientas la calle San Juan de Dios, prudente como cuando el cuatro latas de mi infancia se abría paso por el Safari Park..., y en Beato Juan Grande la cruda realidad. Del idealizado mural apenas queda nada, sepultada por un edificio la alambrada que evocaba el cautiverio de la heroína, y el arco iris de la vida que se extendía frente a ella, y también la mayor parte del rótulo vertical donde se leía 'Malva-rosa', del que sin embargo aún se otean sobre una azotea indulgente las tres primeras letras, 'Mal', el mensaje encriptado que nos envía a modo de epitafio un puñado de hormigón. Tomó la palabra aquella mañana de septiembre Elías Izquierdo, líder de la revuelta vecinal, para proclamar en la tregua que su barrio era un «buen vasallo» y por políticos merecía «buenos señores». Donde quiera que esté, Elías ya tiene respuesta.

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