Urgente Un cortocircuito en el techo de la cocina se apunta como causa del incendio en el bingo de Valencia

De las historias rocambolescas del cine me quedo con la de Sheb Wooley, a quien se atribuye la paternidad del archipopular 'grito Wilhelm'. Para los no iniciados, les resumiré que se trata de un breve alarido, como el que proferirías al defender un córner frente ... al Madrid en el minuto 93 o si se te queman las tostadas. Se oyó por primera vez en 'Tambores lejanos', cuando un caimán incorporaba a su dieta a un cowboy, y durante siete décadas ha aparecido a modo de cameo sonoro en un sinfín de películas, desde que un lince lo rescató de los archivos de la Warner. Lo paradójico del caso es que tras toda una vida de westerns y música acabara encontrando Wooley la inmortalidad en este ínfimo gritito fetiche que ni siquiera lleva su nombre, sino el de un personaje que lo heredó posteriormente para desgañitarse al recibir un flechazo. ¿Has pensado alguna vez por qué narices se te recordará cuando pases de sólido a gaseoso? Mejor no pierdas el tiempo, pues sea cual sea la respuesta escapará a tu control. La heroicidad literaria de Aquiles se reduce a un talón, la vasta sabiduría de Pitágoras a un teorema, la carrera de Panenka a un penalti. La ruleta gira caprichosa para todos, no importa la condición social, en busca del hito o chapuza con el que noquear al olvido. Disney es eterno gracias a un ratón, el Titanic a un bloque de hielo y mi tía Adelicia al día en que entendió al revés las indicaciones del médico -«tome una pastilla cada ocho horas»- y en un tris estuvo de anticipar el reencuentro con su Ramón por una sobredosis. El ejercicio mental gana morbo con la clase política, por lo común henchida de vanidad. De Aznar nos queda una foto (en las Azores), de Rajoy una caja, de Zapatero un vaticinio miope. Sobrevive de Guerra el himno de los 'descamisaos', de Suárez su arrojo en el escaño entre hombres cuerpo a tierra, de Fraga el chapuzón de nodo y bañador XXL. ¿Cuál será la huella de Sánchez? Alternativas no faltan. Contarán de él que tuvo el cuajo de mercadear con una pandemia, diciendo arre y so como la jotica según convenía. O que creía gobernar a imbéciles, capaces de comprarle la destreza para abordar con el presidente yanqui los grandes asuntos de Estado en el lapso en que al resto de mortales no nos da ni para sacar un café a la Nespresso. Pero su listón está muy alto y barrunto que la etiqueta que le reserva la historia es la de muñeco; el tentetieso con el que jugó la extrema izquierda para cobrar influencia, y la extrema derecha para engordar, y el independentismo para ganar tiempo a la espera del rearme. El presidente de los indultos. La historia del pez al que sabiéndolo débil picotea el resto del acuario hasta verlo morir. Con el 'grito Wilhelm', por supuesto.

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