VUELTA AL COLE

Ya estamos ahí, otra vez, en ese momento en el que toca llenar de recuerdos la mochila, desenfundar los libros y cargar las tintas. En escasos días las calles se volverán a llenar de risueños estudiantes y trabajadores ya, quizá, un tanto hastiados. Retornarán las prisas, los atascos y la exasperante hora punta. Se cerrarán totalmente las sombrillas y se abrirán las aulas, los despachos y las ventanas. El griterío se adueñará tanto de los recreos como de las casas. Nos ensordecerán las sirenas, las alarmas laborales y los malditos despertadores. Pero, volverá la vida corriente, el alboroto parlamentario, la riña continua y los pactos sin mayoría. Ni minoría. Y este curso, con uniforme electoral, promete. Entretanto, algunos políticos seguirán enfrascados en el tardío verano. Perdurará todavía un tiempo la irresponsable y absurda batalla campal de los lazos, la tensión en las calles y la irracional contienda catalana en redes. Manipulada y manipuladora. Y, mientras unos procuran echar la leña al fuego suficiente para mantenerlo todo bien caliente, el común de los mortales regresará resignado a la rutina de siempre. A los problemas de ayer. Ahí, frente a nuestros ojos, persistirán los barracones, las listas de espera sanitarias, la escasez de especialistas, el paro de septiembre, la subida incesante del alquiler, la no-bajada de impuestos, las reducciones salariales, la brecha y el SMI. Las irrisorias pensiones, la falta de inversión en I+D, la infrafinanciación autonómica, la luz y la factura de la vuelta al cole. Y con todo este panorama -y bajo la alargada sombra de la cruz del Valle- también se despedirá del letargo, en formato periodo de gracia, Sánchez. Y, ahora, con cambio horario. Pero, como decía Jovellanos, «sólo le falta tiempo a quien no sabe aprovecharlo».