La historia de Lena Horne alumbra el túnel que atravesamos. Cuentan sus biógrafos que la enorme jazzista y actriz, primera vocalista afroamericana enrolada en una gira por Estados Unidos con una orquesta de intérpretes de piel blanca, no podía compartir hotel o restaurante con sus colegas, ni entrar como clienta a los clubes donde luego era aclamada sobre el escenario. Todo por su color. Paradójicamente años después, cuando la industria le adivinó el potencial cinematográfico, la Metro decidió encargar a Max Factor una línea específica de maquillaje que le oscureciera la tez. Lena era demasiado negra para comer con los músicos blancos, pero demasiado blanca para seducir al público negro, y su voz y magnetismo no le permitieron acceder más que a papeles residuales, fáciles de cortar antes de que las películas se exhibieran en los Estados sureños. Su ejemplo ilustra de qué somos capaces. Las heridas de Lena supuran la hipocresía y la discriminación propias de una época brillantemente retratada en 'Green Book' o 'Figuras ocultas'. Sin embargo, errará quien circunscriba tales conductas al pasado. Un siglo de evolución no ha acabado con el racismo explícito -el movimiento 'Black Lives Matter' lo corrobora-, mientras a su sombra engorda el de baja intensidad, estimulado por las olas de miseria y mafia que arrastran pateras o el vendaval de ira que empuja a pueblos enteros hacia el mundo tranquilo. Subliminal, tan imbricado está en nuestra esencia que ni lo advertimos. Mucho se ha escrito del machismo del lenguaje, pero no resulta menos ruin su aportación segregacionista. Negra es la leyenda que persigue al maldito, como la mano oculta tras los negocios turbios, la crónica sangrienta, el dinero ilegal o el mercado que lo mueve. Negros son el cine de gánsteres, los malos presagios y la pena insondable; el futuro del pesimista, el año infausto, ese estado al que nos conduce un enfado o las listas de represaliados; como la del senador McCarthy, donde Lena quedó atrapada por su insumisión. Si cumples tu objetivo darás en el blanco, si fracasas tendrás la negra. Se admiten apuestas sobre el color de la pureza, la paz o la muerte. Los contemporáneos de la cantante no se sentían racistas, porque cada cultura impone sus códigos y desarrolla en paralelo el argumentario que los legitima. La conciencia social nunca es masoquista, eso tampoco ha cambiado. Quizá el cuarto árbitro del Parque de los Príncipes, fiel al cliché de exculparse, lleve razón y no tenga el bicho dentro, pero su actitud fue execrable. ¿Qué pecado hay en llamar negro a un negro?, solemos oír. La respuesta la da otro interrogante: ¿Por qué no llamamos blanco al blanco? Simplemente porque no se usa el término como adjetivo, sino que arrastra toda una connotación. Si la pigmentación de la piel es una diferencia para ti, hasta el punto de señalar por ella a una persona, tienes un problema. Amigo Coltescu, bastaba con pedir tarjeta roja para el segundo técnico del Basaksehir. No parece difícil de entender, rostro pálido.
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