Las personas buenas nos rodean...
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pero no hacen tanto ruido como los miserables. Hay que abrir el oído, como cuando uno se va a un país pensando, sí nene, yo hablo inglés, pero nene, te tienes que acostumbrar a los modos de hablar para lograr pescar algo, porque al principio, ... ni papa.
Los medios de comunicación y la vida en general nos invita más a escuchar miserias. Que llegue el tren a tiempo nunca será noticia, y muchos llegan puntuales. Tampoco es noticia ese educador de personas mayores que dialoga a la puerta de un centro municipal con uno de los inmigrantes que aprenden castellano: «A la próxima, si te van a hacer el examen y tienes una duda, no me mandes un mensaje, llámame y lo hablamos». Oído. Y no es noticia la madre que hace de recaudadora del dinero de las actividades extraordinarias de los del equipo de fútbol del pueblo, esa señora que cuando un papá le dice que su hijo no podrá comprarse el equipaje nuevo porque 50 euros es mucho dinero y no puede pagarlo de una sola vez se ofrece a ponerlo ella y ya se lo irán dando. Y tampoco verán escrito nada de las asociaciones de padres y madres de los colegios donde siempre hay algún alumno, no muchos pero siempre hay, que tampoco puede pagar la excursión a la que irán todos sus compañeros de clase, y la asociación se hace cargo del pago. Eso pasa porque el colegio está atado de pies y manos por una burocracia que no está en esos pequeños detalles por los cuales siempre hay niños que se quedan sin subir al autobús cuando sus amigos se van a pasar un par de días a una granja escuela en Bétera. Hay gente buena, vecinos que cuidan de los hijos de aquellos que trabajan hasta demasiado tarde y cobran demasiado poco. O que se pasan desinteresadamente por el piso de ese señor que se ha quedado solo, y llaman a la puerta de una casa que no recibe visitas de nadie. Hay médicos que hacen de sus paseos dominicales una especie de consultorio callejero para esos vecinos que les conocen y les preguntan porque me duele aquí y allá.
A nuestro alrededor hay mucha gente que hace las cosas muy bien de manera desinteresada y sin que tenga que ver con su actividad profesional. Lo hacen así porque sí. Son esos los que equilibran la balanza frente a todas esas cosas que ocurren, que contamos en los periódicos o que desgraciadamente ocurren en mitad de un horroroso silencio, situaciones terribles, miserias que a veces ocupan las páginas de los periódicos, discusiones políticas sobre asuntos de los que nos hacemos un gran eco, pero que no pueden igualar la importancia que tienen las personas buenas que, todos los días y en todos los sitios, equilibran la balanza.
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