Nuestro petróleo

En el reino de las teorías nos comportamos como unos verdaderos campeones. Aseguramos, sostenemos, mantenemos, concluimos, desarrollamos y confirmamos. Las brumas de la galaxia teórica ofrecen enormes ventajas, por ejemplo no jugarnos nunca nuestros propios dineros. Somos imbatibles en la teoría, sobre todo cuando la exponemos en el casino del pueblo. Pasar a la parte práctica, ay, eso resulta otro cantar. Con los listos que somos en la barra del bar no entiendo el motivo por el cual no encontramos entre nuestros paisanos miles de Amancios Ortegas o de Juanes Roigs. Será que nos tienen manía y que nunca surge el hueco, la oportunidad, para poner en práctica nuestra divinas teorías. Ante el nuevo hachazo que sufre la industria patria del turismo, crecen las voces que exigen un cambio de sistema productivo. Caray, ¿cómo no lo habíamos pensando? Así del tirón nos fundimos todo lo que tenga que ver con la hostelería y, no sé, sin duda debe de ser facilísimo montar un formidable Silicon Valley que abarque nuestra geografía desde Tarifa hasta Pontevedra. Basta con repetirlo muchas veces, con desearlo apretando los ojos, con chasquear los dedos, para que el prodigio irrumpa de inmediato. Siempre se comentó que la ganancia conseguida gracias al turismo suponía nuestro petróleo. ¿Petróleo? No hace tanto tiempo olfatearon petróleo en las aguas próximas a las Islas Canarias y el barullo que estalló todavía se recuerda. Aquellos supuestos manantiales petrolíferos podían contaminar las playas, insistían, y eso espantaría el turismo. Los mismos que protestaron contra aquella posible fuente de ingresos recomiendan ahora cambiar al modelo basado en los guiris que se torrefactan sobre nuestras arenas. Petróleo, al final, no brotó (o eso comentaron). Ideas que desde la difusa teoría se encaucen hacia la práctica, tampoco.