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Urgente Aemet prevé varios días consecutivos con probabilidad de lluvia en la Comunitat

Se llamaba pick-up, aunque todos lo conocían como picú, y su presente de trasto añejo, escoltado por los mismos fieles vinilos que en su esplendor le dieron voz, arría las velas de un pasado luminiscente en los lejanos tiempos del baile 'agarrao' y su glorioso «pa torear y casarse hay que arrimarse». Lo veo ahí arrinconado en su esquina, viejo púgil a la espera del tañido que le brinde otro asalto nostálgico, y pienso en los días en que la vida giró en torno a esa aguja itinerante, en las veces que habrá pinchado las flechas del amor de Karina desde una mesa camilla, en los besos que a su costa más de un vivales hurtaría a la penumbra. Mi imaginación se desparrama hasta el salón de baile de 'El resplandor', pero poblado por febriles guatequeros de cuyo contoneo disfruto desde la barra del Overlook junto a mi adorable lunático Jack Torrance mientras Lloyd, el mejor condenado barman desde Tumbuktu hasta Portland, nos sirve un bourbon con hielo tras otro. Ese tocadiscos fue un día el sueño de mi madre, incubado durante años hasta que se lo regaló el abuelo. Supongo que lo deseó tanto como yo aquella 'Game & Watch' de Nintendo donde un joven Mario rescataba a Pauline de las garras de Donkey Kong. Fantaseé con esa maquinita tras verla entre las manos de mi mejor amigo, llegué a grabar su música robotizada en un casete para que aquel 'beep, beep' subliminal torturara noche a noche la conciencia de mis padres, la estrategia cuajó y cuarenta años después sigo venerándola, su torso anaranjado aquí mirándome mientras escribo, hambrienta de pilas para que juntos vivamos la última aventura. A su lado, una carta de Reyes con la tinta fresca y pendiente de franqueo roba mi atención. Me interroga. ¿Habrán experimentado mis hijos en alguna ocasión el embrujo de lo inalcanzable? Siento que hoy todo se reduce a un frío cálculo, el precio en el dividendo, el importe de la semanada al divisor; que Baltasar se apellida Amazon y viene ya muchas veces al año. Quizá la era de los deseos auténticos pasó. Lástima, ellos se lo pierden.

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