JON TYSON

Podemos ya no puede más

Los pésimos resultados en las recientes autonómicas constatan el fracaso de un partido que cuando ha gobernado ha demostrado toda su incoherencia

RUBÉN MALONDA | PROFESOR DE LA UNED

Miércoles, 29 de julio 2020, 07:50

No hace tanto, todos recordamos que los concejales de UPyD decían públicamente que el mayor problema que tenía este partido era su fundadora y líder, Rosa Díez. Ahora, la historia se repite con los nuevos partidos que han crecido demasiado rápido para dejar un sustrato suficiente del que alimentarse y cual árbol con enormes ramas que crece sin raíces ni tronco suficientemente fuertes, se quiebra ante un vendaval. En política los cambios son inevitables por un lado y necesarios por el otro. Las diferentes crisis que hemos atravesado actúan como un huracán que es capaz de derrumbar lo que imaginábamos indestructible.

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Este es el caso de Podemos cuyo líder basa su estrategia en el enfrentamiento para crear una sociedad polarizada en la que la gente deje de votar a los partidos tradicionales como el Partido Popular y el PSOE, provocando un supuesto hartazgo en la ciudadanía para que busque soluciones alternativas. Pero tras más de cuatro años de vida estos partidos nunca han ofrecido ninguna solución realista sino sueños utópicos como la jubilación a los 55 años, acabar con la corrupción política, igualdad salarial, asegurar una vivienda y un trabajo dignos a todos los ciudadanos, integrar a los inmigrantes y un sinfín de bonitos eslóganes. Pero esta panacea ya no se la cree nadie y ahora son los mismos simpatizantes, militantes y representantes de Unidas Podemos los que quieren nuevas estrategias para entusiasmar a la ciudadanía y nuevas recetas para gobernar.

Y, al frente de todos ellos permanece Pablo Iglesias, rival de los amigos y de los enemigos, hacedor de broncas, prepotente con el resto de los mortales, manipulador dentro de su partido, maleducado con los medios de comunicación y con sus rivales políticos, y, en definitiva, alejado del perfil del ciudadano estándar. Ahora, desesperado, buscando un motivo por el que debiera seguir existiendo su partido.

Y la realidad es que no lo hay. No porque muchos no les quieran, sino porque su ideología no ofrece soluciones para los ciudadanos sino enfrentamientos cuando lo que se necesita en consenso. Tras las últimas generales, su estrategia ha desembocado en formar parte de un gobierno que contamina a sus socios, contagiándolos de populismo y a la vez impregnándolos de impotencia.

Todos sabíamos que el fin de Podemos llegaría cuando tuviera que demostrar que no se puede hacer lo que dice. Entraría en un sinsentido. Y, ese momento ha llegado cuando ha empezado a gobernar, erigiéndose como un partido extremo y sectario, perdiendo toda credibilidad al criticar a sus propios socios de gobierno, han eliminado cualquier motivo de existencia.

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Los resultados están a la vista y es que en estas últimas elecciones autonómicas del País Vasco y Galicia han sido borrados del mapa electoral. Mientras tanto, como buitres están los partidos nacionalistas de las diferentes comunidades, que, habiendo abandonado el nacionalismo vieron un filón en la extrema izquierda que con sus mensajes populistas eran bien recibidos por la ciudadanía pertrechada tras las crisis económica del 2008.

Crisis que todavía no hemos superado y, que ahora se ha agravado por el coronavirus, pero Podemos desapareciendo da oportunidad en este caso a los nacionalistas gallegos y en un futuro próximo a los nacionalistas valencianos de Compromís, que siguen sin aclarar si su principal eje ideológico es el nacionalismo o el progresismo. Su líder, Mónica Oltra disfruta viendo caer a sus amigos y pensando que si recoge todos sus escombros puede llegar al soñado sorpaso al PSOE.

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Pero todos olvidan a Vox, que lejos de acercarse al PP con quien gobierna en algunas comunidades, ve que no le afectan las tempestades y que habiendo consolidado sus 50 escaños en el Congreso sigue su camino, que, aunque no le conduzca a la presidencia del gobierno, sí le permite tener un potente altavoz en el Congreso y en los parlamentos autonómicos.

El pluralismo político es más que bueno, necesario, y, todos los partidos políticos deberían tener voz en los parlamentos. Pero las reglas del juego con la actual ley electoral son obtener mayoría suficiente y, nuestra democracia ha demostrado ser suficientemente inmadura para llegar a lo inevitable: una gran coalición entre los dos partidos tradicionales, tal como ha ocurrido en importantes países de nuestro entorno. En nuestro caso, nos hemos visto abocados a un gobierno conformado como un poliedro político con demasiadas caras.

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Los apaños de fontanería con multitud de grietas dan lugar a fugas por las que sale todo el esfuerzo y la virtud. No debemos olvidar que hay pocas alternativas. O cambiamos la ley electoral con una segunda vuelta, o probamos el pacto de la estabilidad, de la responsabilidad, de la deliberación y del respeto. El mejor pacto para la ciudadanía y, el único para lograr la estabilidad necesaria para superar las crisis a las que nos enfrentamos, el único que conseguirá el cambio que los ciudadanos necesitan, el que permitirá mejorar nuestra calidad de vida.

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