Urgente La jueza de la dana imputa a la exconsellera Pradas y al exsecretario autonómico Argüeso

Joshua Cheptegei se coronó en Valencia como el atleta total. Campeón del mundo de cross en primavera, de pista en 10.000 metros en verano y plusmarquista mundial de los 10 kilómetros (ya tenía el de 15K) en otoño. Rey sobre tierra, tartán y asfalto.

Publicidad

Pero el ugandés no siempre se mostró tan poderoso. Dos años atrás, en el anterior Mundial de cross, en Kampala, la capital de su país, se creció. Llegó a la última vuelta al circuito destacado al frente de la carrera, con once segundos de ventaja, pero acusó tamaña exhibición y se derrumbó estrepitosamente hasta caer al puesto trigésimo, a un minuto y medio del ganador.

Cheptegei, lejos de lamerse las heridas, regresó a su cuartel general, a Kapchorwa, un pueblo de montaña en medio del monte Elgon, donde es conocido como el 'Presidente de Kapchorwa', y se puso a entrenar. Cinco meses después estaba en Londres disputándole el título mundial de los 10.000 al mismísimo Mo Farah, que sufrió para vencerle.

Al año siguiente, un día, cargando un bidón de agua, se dio con la rodilla contra el marco de la puerta de la casa donde vive con Carol, su mujer, y el pequeño Jethan. Pensó que era un golpe sin más, pero prácticamente le arruinó la temporada. A finales de 2018, al menos, se desquitó con el récord mundial de los 15 km, corriendo los tres últimos kilómetros a menos de 2.40.

En Valencia cuidó todos los detalles. Pidió que hubiera una señal cada 500 metros y la víspera salió del hotel con Juan Botella, el director de carrera, Roberto Íñiguez, el diseñador del circuito, y Blanca Iribas, su mano derecha, para recorrer los 10.000 metros palmo a palmo. Le gustó saber que, desde la plaza de Toros a la meta, Kamworor corrió en 7.47 con mucho viento a favor para ganar el Mundial de medio maratón el año pasado. Era el lugar desde el que echar el resto.

Publicidad

El día de la carrera se colocó detrás de las tres liebres -un neerlandés y dos ugandeses- y cuando vio que iban por debajo de lo requerido -él no lo anunció pero también quería la plusmarca de los cinco kilómetros-, las superó, miró el cronómetro y les exigió que espabilaran.

La liebre neerlandesa era Roy Hoornweg, que también tiró de Sifan Hassan en el medio maratón, un atleta al que moldeó desde los 15 años Addy Ruiter. Ruiter, triatleta de joven, empezó como entrenador cuando se empeñó en preparar a su novia para el triatlón. Hace unos años, el agente Jurrie van der Valden, de la agencia Global Sports, le propuso al técnico crear un campo de entrenamiento en Uganda, donde había un chico muy prometedor llamado Cheptegei. El neerlandés aceptó el reto y ahora pasa seis meses en su ciudad, trabajando en Ikea, y seis en Kapchorwa, a 1.800 metros, rodeado de vacas, bananos y mangos.

Publicidad

Allí se dio de frente con el contraste cultural. Kapchorwa era un poblado sin electricidad y donde tenía que bombear el agua y acarrearla en un bidón hasta su casa. Pero, a cambio, abundaba el talento. No solo encontró a Cheptegei, la joya de la corona, el atleta que aspira a colocarse en la línea de sucesión tras los Gebrselassie, Bekele y Farah, también forjó a Halimah Nakaayi, la atleta ugandesa que en el último Mundial ganó la medalla de oro en los 800.

Allí no había pista de atletismo, ni gimnasio, ni una máquina para que los atletas se recuperaran con crioterapia, pero tenían cuestas para aburrir y un río de agua congelada. Y allí Ruiter, un trotamundos que ha estado en casi un centenar de países, fijó y potenció a Cheptegei, quien, en 2015, siendo júnior, se fue hasta Kaptagat, en la vecina Kenia, para entrenarse en el grupo de Eliud Kipchoge, el mejor maratoniano de la historia. Y allí, sobre empinados caminos de tierra, salen por la mañana en ayunas a correr.

Publicidad

Ruiter tiene un grupo con quince atletas donde hay otros talentos, como Peruth Chemutai -subcampeona del mundo júnior en 3.000 m obstáculos- o Sarah Chelangat -tiene el récord nacional en los 5.000 metros-, y se esfuerza en que «aprendan a sentirse cómodos cuando van incómodos».

Cheptegei, que tiene 23 años, se fue al hotel tras batir el récord y alguien de la organización tuvo que ir a por él para que acudiera a la rueda de prensa. Al salir, con prisas, un corredor le pidió un autógrafo para su hija, una niña pequeña, y el atleta se excusó y se marchó al trote. Pero a los tres pasos se arrepintió, sonrió y volvió a hacerse un selfie con ellos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad