Confieso que al observar un mapa me resulta imposible no pensar instantáneamente en los 'lieux de mémoire' asociados al Valencia. Hay pocas disciplinas tan efectivas como la geografía para explicar de manera didáctica nuestra historia. Imagino con deleite un híbrido entre mapamundi y enciclopedia Espasa ... que nos ayudara a trazar el rastro blanquinegro por el planeta, localizando y contextualizando espacios de júbilo o decepción: el librote nos llevaría a revisitar, todavía con la vergüenza arrebolando nuestros rostros, escenarios de infausto recuerdo como el San Paolo napolitano o el tétrico Wildparkstadion de Karlsruhe. Estadios como San Siro permitirían una doble lectura -asociada, claro, al recuerdo de una u otra generación-: la del júbilo del 62 ('La batalla de San Siro. Este triunf ha segut capàs/ per tan gran valoració/ de fundir en fort abràs/ al Valencia y sa afició', rezaba una emocionante pancarta desplegada tras el 3-3 en Milán) y la tristeza absoluta de 2001. Al repasar la gloria alcanzada en el viejo Népstadion después de golear, ahí es nada, al poderoso MTK, recordaríamos otras emociones intensas vividas en latitudes más cálidas. Por ejemplo, las del Azteca, recién inaugurado en el DF sesentero, donde Paquito, Guillot y compañía sentaron cátedra entre los aplausos emocionados del exilio valenciano. O las del Stade Monréal de Orán, repleto de los 'pied-noirs' de vago acento alcireño que animaron en 1932 a los valencianistas en el maravilloso 'pidgin' local. Y al localizar en el mapa la montaña de Montjuïch, territorio maldito para el Valencia desde su primera comparecencia en la final copera del 34, cabría matizar que la tradicional pésima suerte del Valencia en el Olímpic se volteó para siempre un aparentemente anodino día de julio del 98 gracias a un gol de Claudio López.
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Tierra de héroes. El hipotético atlas habría de reservar, por supuesto, una entrada especial para Sevilla. En los últimos años, el valencianismo se ha acostumbrado a considerar Andalucía, y más concretamente su capital, como una tierra sagrada en la que todo resulta posible. Y es cierto. Pero el influjo de Sevilla en nuestra historia va más allá de la Copa. De Nervión, por ejemplo, retornó en la primavera de 1920, convertido ya en el futbolista fino y clarividente que lideraría el crecimiento deportivo del Valencia, el jovencísimo Eduardo Cubells, ausente de su ciudad durante cuatro meses para, dicen, «buscar fortuna». En Sevilla forjó y pulió su modelo futbolístico Ramón Encinas, el técnico que llevaría al club a la gloria en los primeros cuarenta. Y fue en Sevilla donde Vicente y Baraja cerraron -hasta la fecha- el ciclo de campeonatos ligueros iniciado por el sabio gallego seis décadas antes. Ojalá el regreso a la tierra prometida -para disputar, por tercera vez desde 1999, una final- nos permita plantar un nuevo banderín orlado de éxito y felicidad en uno de los espacios más hermosos y evocadores de la memoria valencianista.
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