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Justo un año falta para las próximas elecciones autonómicas. La legislatura del cambio botánico casi se ha consumido. Y ahora nos esperan doce meses de vértigo y montaña rusa, según se desprende de la macroencuesta que Sigma Dos ha realizado para LAS PROVINCIAS. De repente, nos encontramos ante una inflexión con la que no contábamos, en un escenario distinto al recorrido hasta aquí. En mayo de 2017 encargamos este mismo trabajo demoscópico y el resultado fue que el tripartito de izquierdas no temía alternativa alguna que le amenazara porque ni Ciudadanos despegaba ni el PP mejoraba su desventurada salud. El Consell botánico contaba pues con un territorio controlado y las urnas de cara. Ahora ya no. Ahora lo que sale es que el tripartito peligra porque surgen con fuerza opciones antagónicas: tanto puede prorrogarse el pacto de socialistas con nacionalistas y antisistemas como puede darse un acuerdo del PSPV con Ciudadanos y hasta de Ciudadanos con el alicaído Partido Popular. Examinenos pues las señales que emite la encuesta de hoy y que apuntan a una etapa nueva en la Comunitat.
El pescado no está vendido. Señal número uno. Que nadie se relaje. Se dan tres escenarios, pero cabe reconocer que no son parejos ni cuentan con las mismas expectativas. Esto será una eliminatoria. De las tres posibilidades de salida, sólo una llegará a la casilla final, o quizás dos si el PP acabara por desmoronarse del todo, algo que tampoco parece factible. El escenario más improbable apunta en efecto al de una mayoría entre Ciudadanos y PP, pero antes de descartarlo conviene llegar al final; ya se sabe que en política «hasta el rabo, todo es toro». El escenario más asentado por obvio es el de la mayoría actual, el maridaje de Puig y Oltra con Podemos de escolta; revalidar suele resultar más fácil que conquistar. Y el escenario en alza, sin duda, es el de PSPV+Ciudadanos, o viceversa; una foto no prevista por nadie y que uno, humildemente, no atisbó hasta el pasado 14 de marzo, cuando un baqueteado ejecutivo empresarial lo verbalizó en una mesa apartada del restaurante de Nacho Romero: «veo que no has contado con la posibilidad de que Ciudadanos y PSPV puedan sacar 25 escaños cada uno, algo totalmente posible con el subidón que llevan últimamente». En Fallas, quinielas van y vienen, pudimos trasladar la especulación al propio Albert Rivera y tampoco había caído en ello, o supo disimular: «sí, como dices, parece algo difícil». Pero difícil o no, ha acabado por aparecer en las encuestas sin que nadie lo haya promovido.
Grave riesgo de fracaso histórico para el nacionalismo. Señal número dos. Esta es sin duda la clave más relevante. El valencianismo de izquierda, antes autodenominado catalanismo, después de décadas esperando una oportunidad para salir de la marginalidad, ese nacionalismo que creía ver llegado su momento para quedarse, para cambiar las cosas y resetear la sociedad valenciana, ese magma de Compromís que alcanzó trabajosamente las instituciones, de pronto se queda con un 16% de votos y puede irse a casa otra vez, quizás ya para siempre. Un sueño de verano que apenas habría durado una legislatura. Mónica Oltra ha pasado de considerarse la presidenta moral del Consell tras los comicios de 2015 a amoldarse al papel de número dos y quizá a la nada si se consolida la alternativa. Oltra puede acabar repitiendo aquello que humorísticamente solía decir el lugarteniente de Clinton tras perder la carrera de la Casa Blanca: «hola, soy Al Gore, antes yo iba a ser el próximo presidente de Estados Unidos». La tentación parece evidente. La lideresa de Compromís volverá a tensionar su organización para sacar adelante una lista única con Podemos, algo a lo que se oponen los restantes dirigentes nacionalistas. Pero, claro, eso también era antes de que temiesen perder el poder que tanto les costó conseguir.
A Puig le ha funcionado la estrategia. Señal número tres. Innumerables veces hemos criticado aquí mismo su quietismo, su dejar hacer, su templanza para eludir los excesos de sus socios, si bien también suponíamos que podía darle beneficios en términos de interés personal, aunque fuera claramente perjudicial para el interés general. Y así ha pasado; tal cual. Su figura presidencial se ha asentado, pese a la enorme debilidad de su liderazgo inicial. Frente a los actores sociales, ha jugado a referenciarse como el conciliador, la moderación palatina que neutraliza las trastadas de los consellers. Ha sabido manejar a la socia indomable y ahora con una mano puede apostar por mantener el matrimonio actual y con la otra cambiar al caballo de Ciudadanos. En todo caso, el viraje dependería sobre todo de las otras cartas disponibles por unos y otros; es decir, de cuántos cromos pueden intercambiarse en las distintas alcaldías y pesebres.
Un desconocido pudiera ser presidente de la Generalitat. Señal número cuatro. Puig aparece como el mejor situado para el cargo, pero muchas garantías no tiene si el fenómeno Ciudadanos sigue su ascenso meteórico (sólo está a nueve décimas del PSPV). Y la paradoja está en que el partido naranja ha llevado a cabo una legislatura tan pésima y loca en Les Corts que no ha cultivado un líder a la altura de su formidable realidad. Primero fue la espantada de Carolina Punset y su pijohippismo, empezó de antinacionalista furibunda para acabar orbitando afectos entre Oltra y Puig. Se fue de europarlamentaria a Bruselas, rompió con Rivera pero no con la nómina y su sillón de síndic acabó en el que luego sería su marido, Alexis Marí, quien sencillamente sólo dispone de ideas de alquiler y principios mutables, salvo esa entereza suya para quedarse sueldo y escaño tras acabar de simpático tránsfuga dando color a la vidilla parlamentaria. Rivera sin duda tiene la llave de la Comunitat, incluso lo mismo puede sentar a uno de los suyos en la presidencia del Consell pese a que a día de hoy se ignore quién pueda ser. Por descarte, se mira a Toni Cantó, pero éste de momento no acaba de tomarse en serio sus opciones y sigue dando excesivas muestras de absentismo para liderar el partido en el parlamento autonómico. Por aquí sigue apareciendo bien poco, Cantó no debería encabezar el cartel de mayo si después piensa saltar a Madrid en la lista de las generales. Ciudadanos no se puede permitir nuevas equivocaciones con sus apuestas, ¿podría darse entonces un fichaje sorpresa al modo de la operación Valls?
El PP no está enterrado, pero de poco le vale. Señal número cinco. Los populares se anclarán en la mitad de lo que fueron, o menos. No van a desaparecer, tienen cuerda y base social detrás, pero esa cuerda es insuficiente para gobernar, a lo sumo para ejercer de segundones de Ciudadanos. Malas noticias para Isabel Bonig, a la que los suyos sólo tienen intención de dejarle una bala para disparar. La de las próximas elecciones autonómicas. Irán a por ella si falla, y parece inevitable que falle, y no por responsabilidad directa de ella sino por el desaguisado general del partido. La buena noticia es que la suma de votos del centroderecha aumenta, pero al PP de poco le vale si no puede volver a rentabilizar la primacía de un espacio que durante dos décadas fue su monopolio exclusivo.
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