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TEODORO LLORENTE FALCÓ
Domingo, 9 de septiembre 2018, 10:00
El telégrafo comunicó la noticia de que había muerto en Santiago de Chile este inquieto y revolucionario político, que tan activo papel desempeñó durante varios años en la vida valenciana, y no en provecho de ella, sino en favor de sus desbordadas pasiones.
·Este artículo pertenece a las Memorias de un setentón, una recopilación de evocaciones publicadas entre 1943 y 1948 por Teodoro Llorente Falcó, segundo director de LAS PROVINCIAS
Don Rodrigo Soriano pertenecía a una distinguida familia vasca, y muy joven se trasladó a Madrid, tras de haber adquirido una instrucción literaria que le brindaba halagüeño porvenir. No tardó en figurar entre la juventud brillante de su tiempo al lado de Julio Burell, Salvador Canals y otros escritores, siempre dentro de la más pura ortodoxia. Redactor o asiduo colaborador de «La Época», en Madrid conoció al señor Blasco Ibáñez, que ya era diputado a Cortes, y con él trabó amistad. Podía en el señor Soriano mucho más su ambición que la solidez de sus ideas, y a cambio de comprarle una rotativa para «El Pueblo» a su flamante amigo, éste le ofrecía, en las próximas elecciones a diputados a Cortes, encasillarlo a su lado en la candidatura por la circunscripción de Valencia. El señor Soriano pasaba por hombre rico.
Hecho el trato, el señor Soriano se vino a Valencia con el señor Blasco, y aquí se estableció, y juntos comenzaron a trabajar en «El Pueblo». A poco se compraba una rotativa, que se estrenaba al día siguiente de la inauguración del curso del Ateneo Científico, que tuvo gran resonancia, porque para él vino invitada la novelista doña Emilia Pardo Bazán y dio una notabilísima conferencia en el Paraninfo de la Universidad. «El Pueblo» no tenía la circulación suficiente para necesitar una rotativa, y muy pronto tuvo que prescindir de ella; pero el señor Soriano había satisfecho su ambición de ser diputado a Cortes. Los dos amigos habían logrado lo que se proponían. La pluma de aquel joven escritor vasco, puesta al servicio de las derechas, había cambiado radicalmente, y desde las columnas de «El Pueblo», lanzaba las más incendiarias soflamas y procuraba captarse amigos en el campo republicano.
Así las cosas, un día publicó «El Pueblo» un artículo firmado por el señor Blasco, en el cual decía que deseaba concluir con la división de los republicanos valencianos, uno de cuyos bandos representaba «El Mercantil Valenciano», y en su artículo brindaba la paz al enemigo, añadiendo que a su disposición tenía un estado llano numerosísimo y disciplinado, pero que le faltaba plana mayor, viceversa de lo que les ocurría a los amigos que se agrupaban en torno al diario de la calle de Ballesteros. Supo muy bien este artículo a los que iba dirigido, y se iniciaron de tapadillo las primeras gestiones para el arreglo, a base de que en las próximas elecciones para la circunscripción fuera al lado del señor Blasco un candidato del otro bando, y para el cual fue designado el médico doctor don Adolfo Gil y Morte.
Cuando se realizaban estas gestione, un amigo enteró de lo que se tramaba al señor Soriano: ello a tanto equivalía como a eliminarle de la candidatura. Y prevaliéndose éste de su predicamento en la redacción de «El Pueblo», publicaba un artículo arremetiendo contra el que hasta entonces había sido su amigo.
Como era de suponer, esto produjo una violenta ruptura entre ambos periodistas. El señor Blasco arrojó de su lado al señor Soriano, y éste a los tres días sacaba, con el título de «El Radical», otro diario, y se comenzaba una campaña de escándalo como jamás viera Valencia en ninguna época. Pocos años después convencíase don Rodrigo Soriano de que aquí no tenía nada que hacer y concluía por dejar Valencia.
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