Que en nuestra naturaleza hay más de homo que de sapiens es una de las lecciones de esta pandemia. Que la historia nos mandó gobernantes frágiles cuando necesitábamos estadistas, valientes para tomar decisiones impopulares y cargar con sus consecuencias, será la otra. El berrinche de la consellera Barceló nada más anunciarse un nuevo paquete de restricciones a todas luces insuficiente estaba justificado. En nuestro debe como sociedad perdurarán comportamientos de una irresponsabilidad vergonzosa. Fiestas clandestinas, calles convertidas en hormigueros, locura consumista... Todo ello demuestra lo que somos como individuos, pero no exculpa a los dirigentes cuya ingenuidad o ineptitud emite una costosa factura. Error de cálculo o fría anteposición de la economía a la vida, que cada cual redacte su diagnóstico, pretender salvar la Navidad ha sido una equivocación imperdonable. Que esto iba a ocurrir era tan obvio como que la gente se echaría al monte para tocar la nieve pese a la alerta roja. Llevamos la estupidez en los genes. Ante esa evidencia, una cosa es vivir en un Estado policial, término que usó Barceló para justificar la laxitud, y otra esconderse con el objeto de no abanderar medidas incómodas, ahorrarse poderosos enemigos y escapar a la erosión política. Todo en medio de un delirio de bandazos desconcertantes. Hacinamos a los universitarios un jueves, los constipamos un lunes, y mientras viajan en metros abarrotados hacia sus exámenes presenciales escuchan al ministro rogar que se reduzcan los contactos. Abrimos las superficies comerciales y luego nos sorprende que el pueblo, ciego por el hambre de vieja normalidad, se lance a ellas. Contamos cadáveres como si cayera un avión al día pero nadie se atreve a cancelar las Fallas. Metemos enfermos en capillas o gimnasios pendientes de un hospital de campaña que se ha hecho esperar un parto. Decía Ellen Page en 'An american crime' que la vida es un tiovivo; por más vueltas que des, siempre estás en el mismo sitio. Exactamente ahí continuamos, masticando algodón de azúcar sobre nuestro caballo de madera en el punto de partida; como en marzo, sólo que es enero y hay dos meses más de frío por delante. El guirigay autonómico, la inhibición de un Gobierno cobarde y la tentación de preservar los puentes debieron dejarnos sin Navidad, pero los políticos se obstinaron en salvarla y tuvimos pavo, 'tardevieja', uvas, roscón, compras y hasta una cabalgata gentileza del alcalde. Ahora llega el lamento, y esto no acaba aquí. Los muertos que hoy afloran nos los remiten los banquetes navideños. Todavía está por venir el hachazo de la semana de Reyes. Y luego el de las excursiones a la nieve. Sigamos haciendo el bobo.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.