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Desde hace unos días formo parte de la tribu de los Janssen, después de que me inyectasen la monodosis creada por la compañía de origen belga. Como dice mi amiga Áurea, dentro de unos meses el país se dividirá entre los Janssen, los Modernos, los ... Astrazenecos y los Pfizer, como si de los Stark, los Lannister, los Targaryen o los Tully se tratase. Y nos pelearemos por controlar el territorio sin reparar que al otro lado del muro se agolparán los negacionistas dispuestos a acabar con el resto en una larga y oscura noche. Pero para ese episodio quedan todavía unas cuantas temporadas.
Es curioso cómo en poco menos de un año hemos desarrollado todos capacidades farmacéuticas para diagnosticar los efectos secundarios y los resultados de cada vacuna y para distinguir su efectividad, como si llevásemos una vida investigándolos. La conversación social gira ahora en torno a qué inyección nos ha correspondido a cada uno, con las dudas y certezas que esa asignación nos produce. Siempre aparece, cómo no, algún pero.
Yo, puestos a soñar, espero que la Janssen me permita ser invulnerable ante el fuego y capaz de volar sobre dragones. Una cosa sencilla. Y, por descontado, que me proteja contra el coronavirus, aunque de eso ya casi nadie se preocupa ahora que ya nos hemos podido quitar las mascarillas para ir por la calle y viajar hasta Mallorca de viaje fin de curso. Sin necesidad de tomar el barco o el avión, solo caminando, en bicicleta o autoestop.
Reconozco -ahora en serio- que me emocioné mientras caminaba por la imponente Ciudad de las Ciencias, reconvertida en vacunódromo, para acudir a mi cita con la sanidad pública, que está haciendo un trabajo encomiable y cualquier reconocimiento siempre será escaso. Aguardaba nervioso en mi fila para el momento de la inoculación, inquieto por las posibles consecuencias adversas del pinchazo y feliz porque en quince días al fin sería inmune al aciago virus. Y no podía evitar recordar todo lo que ha sucedido durante estos 2020 y 2021, lo mucho que ha cambiado a mi alrededor de un modo irreversible.
Esa vacuna, que yo creí que tardaría meses en recibir, ya estaba aquí. Ya está aquí. Ya la tengo puesta. Y, de algún modo, con ella se pone fin a un ciclo, se cierra una puerta no sé si de manera definitiva, pero lo que está claro es que supone un punto de inflexión en esta inesperada pandemia.
Hacía mucho tiempo que un mensaje recibido en mi móvil no me generaba tanto júbilo. Por un instante conseguí distraerme de otros asuntos y preocupaciones y pensé que sí, que es verdad, que aunque soy un pesimista nato y reniego por casi todo merece la pena mantener la esperanza, y confiar en que las soluciones al final llegan. Eso sí, en unos meses nos encontraremos en nuevas batallas. En Desembarco del Rey o donde sea.
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