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Urgente Un cortocircuito en el techo de la cocina se apunta como causa del incendio en el bingo de Valencia

La víctima 137

ROSEBUD ·

Otra pandemia se oculta en un punto ciego entre la vida y la muerte

Antonio Badillo

Valencia

Miércoles, 12 de mayo 2021, 00:16

El más joven anuncia fuego de mortero, pero no asusta. «Aquí te espero», se oye peldaños arriba. El duelo entre maquinitas amodorra otra típica tarde de sábado de pueblo y extiende la amnesia sobre sus despreocupados protagonistas, cuatro curtidos hombres de la guerra de no ... más de quince años. Seguro que lo saben, lo contaron los periódicos, alteró el pulso de radios y televisiones aquel martes de batalla, pero el tiempo todo lo vela. A escasos metros de la escalera de ese patio donde porfían sus ejércitos infantiles hace pocos días yacía el cuerpo de una pobre mujer acuchillada por su exmarido antes de que el alba limpiara las legañas a la mañana. El contraste entre lo ingenuo y lo malvado, concentrado en aquella pequeña distancia de poco más de un salto, aviva el recuerdo amargo que desearías enterrar pero te perseguirá para siempre. El rutinario giro a la derecha, de regreso tras llevar a la niña al colegio; el pie autómata que presiona el freno cuando se avista un tumulto; los dos hermanos tratando desesperados de arrancarse el cabello mientras intentan apartar la mirada, horrorizada pero curiosa, que pese a todo quiere ver; el hombre que entra y sale de su coche cruzado en la calzada, mutado en saltimbanqui por la tensión reflejada en el rostro incandescente de la ira... Los primeros testimonios aturullados hacen pensar en un atropello aunque cuando las palabras se serenan todo lo que pueden, que prácticamente es nada, rubrican el guion de otro atentado machista. La mujer sobre el asfalto no se mueve, carne y sangre, pero vivirá. Así será gracias a la valerosa intervención del tipo de los saltos, según un testigo; a la de un vecino que plantó cara al malnacido, cuenta otro. Héroes los dos en cualquier caso. Varios policías acordonan la zona, sus caras poseídas por el miedo que nunca reflejan las películas, y una chica narra al investigador lo que ha visto. «La apuñalaba con saña», cuenta en sollozos mientras el hombre garabatea su libreta. Acompaña ella su relato con un movimiento instintivo, puño cerrado, arriba y abajo, que el cinéfilo asocia rápido con Anthony Perkins y una cortina rasgada. Piel de gallina. De no llevarla en coche, tu hija habría pasado por esa calle desierta diez minutos antes del suceso, y cualquier otro día tu mujer lo hubiera hecho diez más tarde camino del metro. Agradeces al cielo tu fortuna y a la vez te sientes sucio por la plegaria egoísta balbucida mientras cargan a la víctima hacia el hospital. Dos meses y un día después se ha repitido la tragedia, ahora en Sagunto y con distinto desenlace. Descansa en paz, Soledad. Eres la 137. Angustiados como estamos por una pandemia, tu futuro robado nos recuerda que otra no menos grave se oculta en un punto ciego entre la vida y la muerte.

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