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Urgente Un accidente múltiple provoca retenciones en la V-21 sentido Castellón

Quizá sólo alcancen a comprender estas líneas que hoy escribo los que batallamos en el oficio periodístico. Los que viven -vivimos- atrincherados en la sala permeable de la información imparable. Diaria e incesantemente convulsa. Aquellos que cada día desayunamos con un nuevo abismo noticioso, sea una salida dirigida como la de Cospedal, una decisión del Supremo que puede tambalear toda una banca, un accidente ferroviario u otro asesinato en manos de la violencia machista.

Los que desempeñamos esta maravillosa profesión estamos -aparentemente- curtidos en la vida ajena. En su dolor y su devenir. Nuestra labor nos obliga a ser meros analistas y emisarios de ese acontecer poco atildado y que, las más de las veces, amanece tiñéndolo todo de escrupuloso negro. En el quehacer hemos aprendido a guardar la distancia -personalmente posible y profesionalmente necesaria- con aquello que sistémicamente nos rodea. Vivimos en la burbuja del ver, oír y contar. Aunque ese narrar deba ser lo más objetivo posible. Pero, recurrentemente, y casi sin percatarnos, se nos olvida que la vida sucede afuera, aunque se revuelva con lo que hay adentro. Más allá de nuestras cuatro cristaleras de observancia perpetua. Mucho más lejos de nuestra probeta de tinta y pliegos. Ni pretendemos ni deberíamos ser nunca el titular de la noticia, pues las aulas nos instruyeron que el protagonista siempre será el que camine enfrente. Pero la vida... La vida es eso que te pasa por encima. Que te arrolla y, sin quererlo, te saca a la palestra. La que te pone en tu lugar y cruelmente te sacude. Esa que en una misma semana te hace feliz en la boda de tu amiga y al día siguiente te postra frente a la muerte. Una muerte que, ahora sí, duele en carne propia y te araña el alma. Esa que te expone nada menos que en un texto de portada.

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