¿Cuándo volveremos al cole? Ésta es la pregunta que se hacen muchos niños y la respuesta que desean saber los padres. Están cansados, preocupados, con ganas de volver a la normalidad, pero parece que todavía tenemos que hacer un esfuerzo más. Esta medida de confinamiento nos está haciendo descubrir aspectos buenos y no tan buenos de nuestros hijos y de nosotros mismos. Es posible que nos esté haciendo reflexionar acerca de nuestro lugar como padres, como pareja, de aspectos entre los hermanos que, con la rutina diaria, no habíamos tenido la oportunidad de ver.
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El agotamiento va entrando en las familias, los niños necesitan salir a la calle y el día a día se hace cada vez más pesado. Se acaban las ideas y los niños se asoman a la ventana preguntando «¿cuándo podré salir?».
Ayer una madre me decía que su hija de casi 3 años, cuando salía a aplaudir, preguntaba «¿Y también puedo chillar?». Es su momento de expansión donde parece que aprovecha para descargar la tensión de su no poder salir a correr. ¿Hemos pensado en las familias que no reciben sol en sus casas, las que viven en pisos de interior, en pisos pequeños? No os podéis imaginar la imaginación de muchas familias con niños pequeños para adaptar sus pisos con el fin de hacerlos más confortables el tiempo que dure el confinamiento. Han quitado muebles, han habilitado espacios para hacer juegos motrices, han construido casas de juego con sábanas… Como se suele decir ¡la imaginación al poder! Pero el cansancio y el desánimo se está instalando en los hogares. Tan solo recordar el esfuerzo que están haciendo los adolescentes, un esfuerzo del que pocos hablan y que merece una mención aparte.
No queda más remedio que hacer ese esfuerzo y por eso muchas familias están intentado sacar su mejor versión. Paciencia y más paciencia. Aceptando expectativas frustradas -«Nos íbamos de viaje en Semana Santa, con la ilusión que nos hacia…»- al tiempo que valorando la salud como principal preocupación -«…pero estamos todos bien, y eso es lo importante!»-. Las prioridades personales y familiares cambian a una velocidad que nos exige el esfuerzo de tolerar frustración tras frustración.
Esta experiencia nos va a servir para valorar algunos de los pilares de nuestra sociedad de cuya gran valía quizás no éramos conscientes. Uno es el personal sanitario. Dudo que, a estas alturas, nadie pueda negar el trabajo que están haciendo para atendernos así como su entrega poniendo en riesgo su propia salud. Otro gran pilar a valorar en esta situación es el personal que nos abastece de algo tan básico y tan preciado como el alimento. Salen a trabajar todos los días para que no nos falte nada a quienes no salimos. Esto nos lleva a pensar en las familias que no tienen ni agua potable en este o en otro lugar del mundo. ¡Qué afortunados somos! Pero también quiero hacer una mención especial a ese gran pilar que en este momento está silenciado: el profesorado.
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Estos días he estado hablando con muchas profesoras y se encuentran en una situación muy complicada de resolver. Deben compensar el cierre de la escuela, y por tanto su ausencia, enviando material, videos, deberes, siendo conscientes de que hay niños que no disponen de los soportes tecnológicos para ello. Si hay un solo ordenador y la madre o el padre lo necesita para teletrabajar no van a poder conectarse. Pero, ¿y si no tiene un ordenador? Hay que trabajar para que cuando se vuelva a la normalidad no exista una brecha entre los niños. Reciben mensajes de familias diciendo que quieren más trabajo para sus hijos mientras otras les dicen que la situación es tan compleja que no van a poder atender las demandas escolares. Qué difícil encontrar el equilibrio. Quizás porque lo que tenemos que aceptar es que no hay equilibrio posible.
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Ahora que las familias están con sus hijos acompañándoles con sus deberes empiezan a ver que el aprendizaje es mucho más que dar un conocimiento que el niño aprende y ya está. «Esto es muy complicado. Al niño le cuesta ponerse y a mí se me acaba la paciencia».
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El aprendizaje es como cocinar un bizcocho y, de eso, las maestras y maestros saben mucho. Primero tenemos que precalentar el horno, motivando al alumno para lo que van a aprender. Luego, disponemos los ingredientes, los materiales de trabajo que vamos a utilizar distribuidos por los alumnos. La tarea más complicada viene ahora: añadir cada uno de los ingredientes procurando que todos los alumnos lo entiendan, sigan la actividad, reforzando sus capacidades, actitudes y ayudando cuando todo esto flaquea. Después metemos en el horno el bizcocho dejando a los niños tiempo para realizar la actividad, crear, explorar y compartir con sus iguales, Y ya está: ¡el bizcocho está hecho! Hemos pintado grafías o acabamos de aprender qué es eso de la resta llevando. Parece fácil, ¿verdad? Pero en estos días muchos padres están comentando lo difícil que es ayudar a los hijos con los deberes, se desmotivan, se frustran , no lo entienden y no saben cómo ayudarles.
¿Qué fácil parecía la labor del docente?. Y cuando caemos en la cuenta de que la media de una clase son 25 alumnos empezamos a intuir el gran esfuerzo, la dedicación y el valor que tiene su trabajo. «¿Cómo se apaña su profe si yo tengo solo uno y me paso el día diciendo que haga las tareas que han enviado desde la escuela?». Y es ahí donde quizás encontremos lo imposible del equilibrio del que hablaba. Los padres no son docentes, no tienen por qué saber hacer bizcochos. No podemos pretender que un soporte virtual dé el envoltorio emocional necesario para que un niño integre el conocimiento. Porque aprender, como vemos, va más allá de hacer deberes. Está impregnado de unos contenidos emocionales tanto del docente como del propio niño que va a facilitar su motivación, interés y va a ayudar a superar las frustraciones propias del proceso de aprender.
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Esta situación atípica, con tantos elementos estresógenos y de vulnerabilidad, no es el escenario más adecuado para continuar el curriculum escolar como si nada. Quizás los primeros días pensamos que se podría compensar, pero, a medida que van pasando los días y las semanas, aspirar a que los padres compensen la ausencia de la escuela es negar una realidad, la del confinamiento, que nos ha envuelto casi sin darnos tiempo a valorar la situación y a pensar estrategias adecuadas para ello.
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Y es que la escuela es mucho más que fichas, aprender conceptos y estar sentado trabajando. Es escuchar, compartir con los compañeros, discutir y relacionarse, explorar, jugar solo, con los amigos, enfadarse y resolver el conflicto, pensar y construir un mundo fuera del entorno familiar. Y todo esto es posible gracias a unas figuras llamadas profesoras y profesores que cada día comparten con nuestros hijos casi más horas que las propias familias. Les ofrecen un entorno suficientemente seguro para que el niño desarrolle sus máximas capacidades. Inventan cada día la manera más adecuada de llegar a cada alumno para que ninguno se quede descolgado. Y, además de todo esto, imparten conocimientos para que sigan aprendiendo. Una multitud de factores van a rodear al aprendizaje, pero es la calidad emocional la herramienta fundamental con la que van a hacer su trabajo nuestras profesoras y profesores.
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Quizás ahora podemos empatizar un poco más con la labor del docente y entender un poco mejor su trabajo. Y, como ha pasado con el personal sanitario, es posible que empecemos a reconocer este pilar tan valioso que es la escuela, a la que hay que cuidar para que pueda acompañar a nuestros hijos, con la calidad que se merecen, en el fascinante y complejo camino de construirse como persona.
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