Urgente La jueza de la dana imputa a la exconsellera Pradas y al exsecretario autonómico Argüeso

Por una mirada un mundopor una sonrisa, un cielo,por un beso… ¡yo no séqué diera por un beso!».

Publicidad

Así se decía Gustavo Adolfo Bécquer en uno de sus más famosos poemas, la rima XXIII. Otros escritores o, para ser más precisos, una escritora en concreto bien habría podido parafrasear a Bécquer y clamar:

«Por un voto… ¡yo no sé

que te diera por un voto.»

Y no me refiero a un voto político, aunque

imagino que el clima preelectoral que nos rodea a todos me hizo recordar el caso de esta magnífica autora demasiado olvidada por todos a la par que, como tantas otras mentes geniales, también demasiado adelantada para su tiempo.

Principios del siglo XX (entre 1910 y 1919)

La mujer con sombrero llegó a Bélmez, en Córdoba y descendió del tren. Contrató un carruaje que la llevara, lo más cómodamente posible, cosa harto difícil por aquellos caminos de tierra y polvo, hasta Pueblo Nuevo del Terrible. Decían que el sobrenombre era por un perro de enorme fiereza que existió por aquellos lares.

La mujer madura lo observaba todo con ojos inquisitivos. Su llegada a la pensión del Casino de Nerva fue un acontecimiento memorable para la población: era una mujer, sola, a la que no le importó alojarse allí donde acababa de morir un equilibrista chino la noche anterior, y, por si fuera poco, como ya se ha mencionado: portaba sombrero. Una mujer diferente.

Publicidad

-Tiene que ser ella -dijo uno de los mineros

en uno de los bares del pueblo.

-¿Quién? -preguntó otro lentamente,

algo bebido.

-La cantante, idiota, ¿quién va a ser?-le

espetó un tercero al que andaba ebrio.

-Ah, bueno…

Eso pensó toda la gente, pero la mujer no

cantó en Pueblo Nuevo del Terrible.

-¿Y a qué ha venido entonces? -preguntó

otro de los mineros al día siguiente en el mismo bar.

Hubo un silencio por un rato largo, hasta que alguien irrumpió empujando la puerta del local con tanta fuerza que ésta chocó con la pared.

Publicidad

-Caray -dijeron desde dentro.

-Traigo sed -dijo él que acababa de entrar.

-Y prisa -dijo el que dueño del bar mientras

servía unos vinos.

El minero recién llegado apuró su copa y la dejó con fuerza sobre la mesa. Era del sindicato. Era recio, valiente.

-Ya sé a que ha venido esa mujer -dijo.

Todos lo miraron atentos.

El sindicalista pidió otra copa que se le sirvió

de inmediato. El hombre se divertía

viendo la curiosidad de sus compañeros,

pero, al fin, habló.

Publicidad

-Dice que ha venido a ver.

-¿A ver qué? -preguntó otro.

-Dice que ha venido a ver las minas

-apostilló el sindicalista.

En 1920 apareció 'El metal de los muertos', una novela con una descarnada y muy realista descripción de las pésimas condiciones de trabajo (por no llamarlo explotación) en la que se trabajaba en las minas de España. La escritora ya conocía de primera mano las conciciones horribles de aquella profesión por ser cántabra y haber vivido también en Asturias, pero desde aquello habían pasado años, incluido un matrimonio apresurado, cinco hijos y una larga estancia en Valparaíso, Chile.

Eso sí siempre escribiendo. De regreso a España quiso retratar aquella tortura que suponía ser minero y decidió viajar hasta el sur, a las minas de Riotínto y Almadén para ver de nuevo, in situ, los desmanes que allí tenían lugar. Al principio, por su aire independiente y decidido la confundieron con una cantante, pero pronto se resolvió el malentendido.

Publicidad

'El metal de los muertos' emocionó, conmocionó y escandalizó. Fue una novela aclamada por muchos y, por qué no decirlo, temida por otros tantos. De haber sido otra la pluma que la ejecutó, quizá los conservadores habrían arremetido más contra ella, pero ella siempre se confesó católica . También republicana. Y a favor del divorcio y del derecho de voto para las mujeres. Era, pues, una combinación explosiva: su catolicismo la enfrentaba con los republicanos de izquierdas: su feminismo, ahora se denominaría así, la indisponía con amplios sectores conservadores. Una escritora incómoda para demasiados. Una escritora para olvidar.

'Por un voto', titulaba este artículo. Sí, y tampoco me refiero a su defensa del derecho de sufragio universal para las mujeres. Me refería a que por un solo voto la escritora Concha Espina no consiguió el premio Nobel de Literatura, lo que la habría convertido en la segunda mujer del mundo en obtener dicho galardón después de la escritora sueca Selma Lagerlöf. Pero en 1926, por un solo voto, el premio Nobel de Literatura fue concedido a la escritora italiana Grazia Deledda. Concha Espina, la gran escritora española a caballo entre el XIX y el XX sería nominada al máximo galardón de las letras universales en dos ocasiones más, pero nunca lo conseguiría.

Noticia Patrocinada

Pero como siempre en estos casos hay que recortar la hiedra del olvido y podar hasta que de nuevo, fuertes y visibles, emerjan sus novelas y sus poemas, como aquel en donde nos decía ella misma tan fascinantemente que había nacido para ser poeta y para buscar un mundo diferente, un mundo utópico que le costaba encontrar:

Yo soy una mujer: nací poeta,

y por blasón me dieron

la dulcísima carga dolorosa

de un corazón inmenso.

En este corazón, todo llanuras

y bosques y desiertos,

han nacido un amor, interminable,

y un cantar gigantesco;

Publicidad

pasión que se desborda de la tierra

y que invade los cielos…

Ando la vida muerta de cansancio,

inclinándome al peso

de este afán, al que busca mi esperanza

un horizonte nuevo,

un lugar apacible en que repose

y se derrame luego

con la palabra audaz y victoriosa

dueña de mi secreto.

Yo necesito un mundo que no existe,

el mundo que yo sueño,

donde la voz de mis canciones halle

espacios y silencios;

un mundo que me asile y que me escuche;

Publicidad

¡lo busco, y no lo encuentro!…

Concha Espina, la escritora española que acarició el Nobel. Dicen que Ana María Matute también ha debido estar muy cerca, pero como la academia sueca no desvela el secreto de sus deliberaciones hasta pasados cincuenta años, aún tendrá que pasar tiempo antes de que sepamos si Ana María Matute estuvo tan cerca como Concha Espina de conseguirlo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad