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El mito granota Antonio Calpe. josé marín

El zaguero exquisito

SILLA DE ENEA ·

Antonio Calpe es una de las mayores figuras en la historia del fútbol valenciano.

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 12 de abril 2021, 07:58

Un día, algún tiempo después de la publicación del segundo volumen de su magna tetralogía levantinista, Felip Bens me pidió que lo acompañara a ver a Antonio Calpe. No recuerdo con exactitud el cuándo ni el para qué, aunque sí numerosos detalles del cómo. Tomamos un refresco con la brisa del puerto soplándonos en la cara mientras Felip, verborrea en estado puro, conversaba animadamente con el otrora 'defensa de seda', ilustrativo apelativo con el que había definido a Calpe, bastante tiempo atrás, Jaime Hernández Perpiñá. Minutos antes habíamos estado trasteando en su casa, inmenso balcón al Mediterráneo sobre el que se proyectan las primeras y últimas luces que llegan a Valencia. El veterano mito granota, culto, amable y de aspecto todavía juvenil y vigoroso, abrió cajones repletos de tesoros personales para buscar fotos de valor incalculable y, tras sortear montañas de libros desperdigados aquí y allá, acabó extendiéndome una biografía de Blasco Ibáñez escrita por Ramir Reig para que la conservara como recuerdo de la visita, al tiempo que regalaba a Felip una antiquísima estampa del antiguo Levante FC en la que aparecía su padre, Ernesto. Sendos detalles que dibujaban con precisión tres rasgos propios de nuestro anfitrión: generosidad, compromiso e inteligencia.

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En una sociedad generalmente desmemoriada como la nuestra, incapaz, en ocasiones, de recordar a quienes más lo merecen, la magnitud de la despedida a Calpe, plural y cálida, podría sorprender a muchos. Sin embargo, como en el caso del emocionante adiós a Antonio Puchades por parte del valencianismo hace casi una década, la acumulación de gestos y palabras en el adiós habla por sí sola acerca de la grandeza de la leyenda ausente (así, «la última leyenda viva», lo rebautizaron Felip y José Luis García, imprescindibles cronistas del club centenario). Cualquier conocedor de la historia granota no titubearía a la hora de incluir a Calpe como parte de la genealogía mítica que arranca en los brumosos tiempos de la fundación dual con Amador Sanchis y los hermanos Ballester Gozalvo; que prosigue, avanzado el siglo, con Juan Puig y Agustín Dolz; y que disemina entre los sesenta y los dos mil un heterogéneo conjunto de figuras de capital importancia para el relato histórico de la entidad: Camarasa, Domínguez, Latorre, Ballesteros, Iborra. Alzado sobre todos ellos, Calpe aparece como una figura consustancial al propio Levante: fue pieza fundamental en la breve etapa de oro del club en el XX: el tan deseado ascenso a Primera del 63 y las dos temporadas en la élite. Y protagonizó, además, gestos impagables, inentendibles sin conocer su pedigrí: rechazar al Valencia de Julio de Miguel para firmar, en blanco, por un club que se había permitido despreciarlo en su etapa juvenil; retornar en plena madurez deportiva a un Levante de Tercera tras desoír ofertas suculentas; permanecer sujetando la bandera azulgrana durante décadas, en los años de plomo de la entidad, y retirarse a un discreto segundo plano a disfrutar de los éxitos del XXI. En cuanto a la importancia de Calpe para nuestro fútbol, se halla fuera de toda duda. Ahí queda su palmarés, repleto de hitos, entre ellos el fabuloso timbre de honor que supone ser uno de los pocos valencianos campeones de Europa. En una hipotética selección de los mejores futbolistas locales de la historia, Calpe, zaguero exquisito, figuraría con todo merecimiento en el lateral cubriendo las espaldas de otro artista del balón acunado en la cantera granota, Vicente Rodríguez.

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